Decía Aristóteles que «la única verdad es la realidad», sin embargo la realidad de eso que se llama la clase dominante compuesta por un buen número de plutócratas y sus políticos de cabecera dista un auténtico abismo de esa otra realidad diaria de la calle que, quiérase o no, es la de la inmensa mayoría de los demás.
Por eso, nos encontramos cada día con ese batiburrillo de datos y cifras que en el universo de esa minoría pueden parecer acertadas e incluso exitosas, mientras que para el resto, además de ininteligibles y engorrosas, poco o nada aportan e incluso si cabe hasta sirven para escamotearles los pequeños recursos de sus vidas.
Francamente, iba a sentarme delante del teclado sin saber con claridad de qué iba a escribir en mi artículo de hoy, sobre todo cuando para mayor escarnio este desprestigiado terreno de la política emana a cada momento tantas miserias que no tiene horas suficientes el día para dar rienda suelta a semejante chorro de sensaciones. Pero ha sido en estas cuando ha vuelto a martillearme la cabeza todo ese desenfreno de escabrosas imágenes con olor a destrucción y a muerte que los medios de comunicación vierten a diario acerca de la tragedia que está viviendo el pueblo sirio.
Según Herodoto ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz, ya que en la paz los hijos son los que llevan al padre a la tumba, mientras que en la guerra son estos los que llevan a la tumba a sus hijos. Sin embargo no por mucho escarmentar nuestra civilización es capaz de finiquitar de una vez por todas la peor tragedia que ha sacudido siempre a la humanidad: la guerra. Y lo que si cabe es aún peor cuando en casos como el que nos ocupa la influencia de terceros se convierte en perniciosa cuando no ya en responsable de buena parte de la misma.
La inoperancia y negligencia de las autoridades europeas con respecto a numerosos sátrapas de peor a mayor catadura a lo largo de toda la cuenca mediterránea y el Oriente Medio, basadas en interesados relatos mercantilistas, ha dado alas durante décadas a regímenes que han mantenido postergada a la ciudadanía de sus respectivos países sometiéndolas bajo grotescas dictaduras, cuando no bajo los propósitos de auténticos sistemas feudales. La Primavera Árabe vino o al menos lo intento, a partir de 2010, a insuflar un aire de democracia a la zona, aunque su atraso secular y los propios intereses de una u otras fuerzas han hecho saltar por los aires buena parte también de sus esperanzas en ese sentido.
El caso de Siria es uno de ellos. Dominada la política Siria y su jefatura del estado por la familia Asad, tras el golpe de 1970 bajo las siglas del Partido Baaz, de carácter laico, el país ha sido gobernado por ésta con mano de hierro en una especie de pseudo-democracia que ha contado con el respaldo internacional, especialmente al ser un importante aliado de Rusia por razones estratégicas y comerciales, además de contar en la ciudad de Tartús con la única base militar rusa en la región.
La situación actual del pueblo sirio, tras 4 años de guerra civil –derivada en diversos frentes y con la aparición en la escena del Estado Islámico-, resulta como poco dantesca. Las imágenes de ciudades como Homs (900.000 hab. antes de la guerra) y ahora Alepo (más de 2 mill. de hab. al inicio de la contienda), convertidas en ruinas y con la poca población que queda en las mismas en una aparatosa y dramática huida, sacuden día sí y otro también las conciencias de occidente.
O al menos así debería serlo, aunque una vez más las autoridades europeas se empeñan en demostrar su incapacidad, incompetencia e irresponsabilidad por la situación planteada a las mismas puertas del viejo continente a pesar de la extraordinaria magnitud de la tragedia sobre el terreno, el drama de millones y millones de desplazados que huyen de la guerra agolpándose en gigantescos campamentos de refugiados en los países limítrofes o el resultado de su fatal peregrinaje hacia Europa.
Es imposible calcular al día de hoy el número de víctimas de la guerra. En cualquier caso unas cifras que se cuentan por centenares de miles para los muertos, en más de dos millones de heridos, más de 10 de millones de desplazados dentro del país, varios millones de refugiados de los cuales solo 2 millones se encuentran en campamentos de Líbano y Jordania (el 20 % de la población de ambos países, cuando Europa con más de 500 mill. de hab. apenas es incapaz de asentar a unas cuantas decenas de miles). Y toda la destrucción en cuanto a la vida social y la economía de un país que ha visto caer su esperanza de vida en casi 20 años desde el inicio del conflicto.
El mar Egeo y el Mediterráneo a través del corredor de Libia –otro país en estado de guerra civil, consecuencia de las imprevisiones tras el derrocamiento de Gadafi en la intervención norteamericana en 2011-, se han convertido en un auténtico reguero de cadáveres que se calculan en más de 4.000 a lo largo del último año y más de diez mil en los dos últimos si añadimos también los que huyen de la guerra en Sudán y de las miserias –a pesar de sus riquezas naturales-, del África subsahariana.
Y todo ello dando cabida a la labor de numerosas ONG,s en la zona –tanto en Siria, como a lo largo del Mediterráneo-, y que de no ser por las mismas, dichas cifras se multiplicarían de manera mucho más infausta dada la inoperancia de las autoridades europeas. Por poner el enésimo ejemplo sobre ello, hace solo unos días ha vuelto a cerrarse una nueva reunión al más alto nivel en Bruselas sin resultados más allá de una indolente condena a Rusia por su apoyo al régimen de Damasco.
Mientras, millones y millones de sirios siguen siendo víctimas de las bombas que caen de uno u otro lado elaboradas con la calidad y precisión de sus fábricas en occidente. Víctimas de la vehemencia de cada una de las partes que dan fuste al conflicto y de la absoluta apatía e ineptitud de las organizaciones internacionales y las naciones de occidente, presas de sus propios conflictos de intereses en la zona y fuera de ella.
Pero no solo de estas últimas, sino también de toda nuestra sociedad. Hartos de mirar a otro lado, cuando no de mirarnos solo el ombligo. En verdad se me acumulan las emociones sobre ello y creo, francamente, que por hoy debo dejar de escribir aquí.
Esto de lo que hablas es la consecuencia de la pugna por el poder de ciertas facciones, que destruyen el mundo abiertamente mientras tratan de apuntalar su ideario para las centurias venideras. En realidad, todas las guerras que sacuden hoy en día África y el Oriente Medio son guerras-proxy (proxy wars), conflictos bélicos en naciones lejanas pero cuyos verdaderos contendientes son distintos. Esto es, no se trata de una guerra en Siria, ni en Libia, ni en Irak. Son guerras en las que EEUU, Rusia y China tantean el terreno, buscan recursos y formas de perpetuarse. No me quiero imaginar el cambio drástico geopolítico que podría suponer el deshielo del ártico, por ejemplo, con una vía directa entre Rusia y Norteamérica.
En paralelo, se lanza una crisis y se busca recortar con ella derechos. La tecnología avanza para aumentar el control poblacional y, paradójicamente, el mayor acceso a la información vuelve a la población más desconfiada pero, sobre todo, más ignorante. Porque el 90% de esa información es ruido o basura, sin más, que no sirve para nada salvo para ofuscar la transmisión de datos valiosos.
Hay quien piensa que al final todo se arreglará, que no seremos tan idiotas como parece y que recapacitaremos tarde o temprano. Yo creo que en absoluto; estamos a las puertas de un nuevo modelo con todavía más control y opresión poblacional, muchas veces será indetectable. Tanto dolor y tanta muerte… si acaso esto le importara un bledo al cosmos.
Un saludo.
Gracias por el comentario.
Apuntas dos cuestiones interesantes. Por una parte, la primera sobradamente conocida, que las potencias dan sostén a cada conflicto armado que se produce en el mundo, de una forma u otra. Pero la segunda, si cabe más importante. Y es el tratamiento de la información y como, por ejemplo, esta ola de terror que sacude Europa o, en general lo que entendemos por «mundo occidental», esta dando pie a mayores recortes de derechos y a una información cada vez más sesgada de la realidad y la actualidad. Sobre todo, cuando resulta tan obvio que la solución al problema está en su origen, justo en los confines de Europa. No recuerdo bien pero en la celebérrima «1984» de George Orwell ¿acaso no se da sentido en la novela a una ciudadanía sometida, en parte por los temores de una guerra que se libraba en «alguna» parte?
Un saludo.