Hay historias que son necesarias. Como adultos podemos estar ya un poco saturados del tópico de La Bella y la Bestia, y considerarlo un lugar común que sigue perpetuando la idea de que en los hombres hay que mirar más allá del físico, sí… pero que las mujeres han de ser bellas siempre si quieren salir en el cuento (en un buen lugar, se entiende). Pero los tópicos también pueden ser revisitados, adaptados desde una nueva sensibilidad, y así conseguir llegar al corazón de quienes los necesitan. Porque muchos adolescentes necesitan leer esta historia… y a muchos adultos no les irá mal tampoco volver a sentirse niños para aprender verdades sobre la vida que quizá han ido quedando enterradas en el transcurso de nuestro caótico día a día.
Pigtopía es la curiosa historia de dos soledades. Una, forzosa: la de Jack Plum, un hombre de trentaitantos que nació con una compleja deformidad que lo ha mantenido alejado de la sociedad durante toda su vida. Otra, elegida: la de Holly Lock, una adolescente que trata de preservar su individualidad en un mundo en el que a los catorce años tienes que estar desarrollada físicamente y te tienen que interesar los chicos, el maquillaje y los cotilleos sí o sí.
Jack ha pasado su vida miserablemente encerrado en su casa, junto a una madre alcohólica e impedida que ha vertido todo su odio sobre quien considera el origen de sus males. Se llama a sí mismo Niñocerdo por varios motivos: porque su mente sigue siendo la de un niño, porque su madre siempre lo ha comparado con ese animal por su parecido físico y por ser hijo de aquél a quien ella llama «El rey de los cerdos» (un padre y marido cuya ausencia acrecentó su locura), y por sentirse aceptado únicamente por ellos, los cerdos. Y es que Jack tiene un secreto: antes de irse, su padre le propuso construir un Palacio en el que criar cerditos, su gran pasión… y él ha acabado la obra que ambos empezaron, creando un espacio grandioso que es su verdadero hogar y el de toda su piara. Aunque no se acerca a los humanos («cerdícolas», en su jerga) por saber de lo que son capaces ante un monstruo como él, hace tiempo que ha visto a Holly. Y no la ha visto como se suelen ver las cosas, de pasada, sin prestar atención: la ha visto en toda su profundidad, comprendiendo cuál es su esencia y su potencial. Ha sabido que podría ser una buena amiga, y una compañera perfecta para ayudarle con su Palacio del Cerdo. Tiene que acercarse a ella. Tiene que establecer un contacto.
Las reflexiones de Jack sobre su situación y sobre el mundo que lo rodea son perlas de sabiduría. Una sabiduría sencilla y sin florituras, en parte debido al ligero retraso intelectual que sufre, que Kitty Fitzgerald, autora de este insólito cuento de terror (porque, a pesar de la apariencia de inocencia de esta historia en sus primeros compases, su desarrollo va por unos derroteros que sorprenderán a más de un lector) ha sabido ir dosificando de manera que cada vez vamos enredándonos más en la forma de ver la vida de un personaje que nos hace reflexionar sobre quién está realmente afectado psicológicamente: quién tiene problemas para articular pensamientos con rapidez pero lo hace con sentido común, sensibilidad y empatía o quién tiene sus credenciales de cordura y salud en regla pero sólo sabe pensar desde el miedo, la rabia o la frustración. «Los niños cerdícolas tienen todos palos o ramas, y cuando me acerco huelo nervios en ellos y miedo cuando empiezan a cantar sus propias palabras de odio». «Los veo con muchos deseos que traen conflictos y refugiándose en cosas malas que hacen que los miedos los consuman».
El tercer vértice del triángulo de equilibrios que es Pigtopía lo constituye Samantha, la autodenominada mejor amiga de Holly, cuya aparente maldad intrínseca sólo puede ser descifrada desde la visión limpia y escrutadora de Jack: «Hay algo en la forma de su cara, en el fondo de sus ojos, que me recuerda a mamá, algo roto». «El temor procede de la amargura de Samantha, la que vive en el fondo de ella, que impedirá que le llegue la dulzura de los cerdos porque no encuentra consuelo en nada».
La historia de un hombre deformado y una chica joven que se deja llevar para conocerlo puede parecerse mucho a La Bella y la Bestia, sí, pero aquí ni hay una Bella al uso ni un príncipe encantado cuyo aspecto de Bestia vaya a desvanecerse por arte de magia o amor. Aquí las cosas son como son, el orden establecido no va a cambiar simplemente porque Jack y Holly sepan que la verdad se esconde tras las apariencias, y personas como Samantha van a ponerles todas las trabas posibles por su incapacidad para sanar de heridas que les han convertido en seres egoístas e incapaces de amar. Es gracioso, porque Jack dice: «Le digo que soy Monstruo en el mundo exterior, y cuando ella sacude la cabeza digo que sé la verdad. Ellos no son Monstruos, pero yo sí. Yo soy Monstruo para todos y le explico que ella tiene que estar al otro lado allá arriba. Es así. Si no los problemas crecerán, así que no puede mirarme como amigo arriba o la pondrán a mi lado y también la llamarán Monstruo». Es gracioso, porque él sabe ver en el interior de las personas y conoce los verdaderos monstruos que anidan en el interior de los seres humanos considerados normales, pero aún así tiene la humildad y el criterio de saber cuál es su lugar en el orden de las cosas y así no desequilibrar la balanza de la realidad, por dura y podrida que ésta sea.
Quizá hay que distanciarse del mundo para poder entenderlo de verdad. Quizá sólo del sufrimiento y la marginación pueda nacer la verdadera comprensión. Quizá, a pesar de que las cosas son como son y es muy difícil cambiarlas, la única esperanza esté en que los adolescentes lean y se sientan inspirados por historias como ésta.
Título: Pigtopía |
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