Después de andanadas como la de la semana pasada uno termina por serenarse a tiempo y la tranquilidad llega como llega la rutina. Sonroja darse cuenta cómo al crítico le afecta su estado ánimo en cada entrada. Como no se me ocurre otra crítica mejor, esta semana que las aguas bajan más calmadas y más humanas toca destacar el recital-concierto de Vicente Llorente en homenaje a Mario Benedetti al que unos pocos privilegiados asistimos en la Sede de la Universidad de Alicante, al ladito de la estatua de Canalejas.
La sala a tientas, con la luz escasa y el corazón caliente, una imagen grafitera con «El olvido está lleno de memoria» goteando y Benedetti con la mano en la mejilla. En un rincón el piano y al lado una butaca vacía. Y Vicente Llorente recuperando el lado intimista del poeta uruguayo, con canciones y versos de ambos en una mezcla emotiva y sincera. Algo así debe ser la belleza: el sonido grave de un piano, la letanía de unos versos que hablen de todos los días, que den amor y quiten nostalgias, que ofrezcan consejos y sobre todo, que se mojen, que se postulen, que enseñen a qué lado situarse.
Vicente Llorente alternó las canciones con versos, recitó sus poemas y los suyos y recordó experiencias personales del Mario más cercano, de sus visitas a Madrid, de los últimos quince minutos en Montevideo, meses antes de su muerte.
Como decía el maestro, Benedetti es muchos Marios y no solo el escritor íntimo, también la voz ideológica y comprometida, pese a que Vicente creara una atmósfera plácida y sencilla en la que incluso apareció la voz de Benedetti recitando sus propios textos.
Como sorpresa final, el poeta y cantautor pasó uno de sus vídeos musicales en el que pone música y voz a un poema de Karmelo Iribarren, «Los días normales». Recordé haberlo visto ya y recordé también los espacios de los días normales, de mis días normales: las miserias vecinales, las ventanas entreabiertas, la vida detrás de cada puerta, escondidos los visillos tras noches color naranja, con rutinas de zapatos y hospitales. El mismo banco solitario de la Avenida del Mediterráneo, la parada de autobús de todos los días, las antenas, los colegios, las grúas, los hilos de tender, las farolas y los coches aparcados como si nunca hubieran arrancado. Los días normales que definen la poética de Mario Benedetti, la poética de Vicente Llorente. Como si esos lugares que recorro los días normales en Petrer y en Elda los hubieran pintado en la pared Benedetti, Karmelo Iribarren y Vicente Llorente, como si hubiera también poesía en la belleza de todos los días y mis ojos, y también los tuyos, estuvieran menos solos en la contemplación sigilosa y discreta de la rutina que a veces no puede contra el amor.