Yrupé es el nombre de una planta acuática que, traducido del guaraní, equivaldría a “el plato que lleva agua”, una especie de nenúfar que florece de noche una vez al año y que, germinando en el lecho de aguas cálidas, va creciendo en busca de la luz, generando unos tallos y bordes espinosos autoprotectores. ¿Documental científico? No exactamente, aunque también. La directora es sobrina-nieta de Guillermo Fernández Zúñiga, un pionero del cine español científico que ya en los años 50 filmó una película, “La flor de Irupé”, donde se hacía eco de leyendas indígenas enlazándolas con su pasión por el conocimiento y la divulgación. La historia de Fernández Zúñiga es la de tantos intelectuales españoles de los años 30, visionarios de un país modernizado y con amplios márgenes de mejora cultural general, defensores de los ideales republicanos, partícipe de las misiones pedagógicas y convencido de las posibilidades que ofrecía el cine para mejorar la educación y cultura de las zonas más atrasadas del país. Así mezcló sus conocimientos científicos (biólogo de formación) con sus conocimientos cinematográficos para realizar cortos educativos que se proyectaban por el país de manera ambulante antes de la guerra civil.

Ante la inminencia de la derrota republicana y la amenaza de la represión, huyó a Francia, donde sufrió la humillación de los campos de concentración y se enroló en la resistencia para, finalmente, antes de ser deportado a la Alemania nazi, huir y terminar en México y Argentina, aportando su conocimiento a la cultura local hasta su regreso a mediados de los 50 a España, pero mientras tanto también colaboró divulgando su conocimiento en Europa, y participó en la creación de la Asociación Internacional de cine científico junto con Jean Painlevé. Su nombre está asociado con cineastas como Hugo del Carril o Lucas Demare en Argentina, o con Buñuel, Bardem y Saura a su vuelta del exilio. Es uno de tantos nombres sepultados por la desmemoria, cuyo legado previo a la guerra civil fue destruido y apenas se conserva, y cuyo fondo documental cedido a la Filmoteca Española cuenta con un impedimento de acceso, no puede utilizarse con fines revanchistas por expreso deseo de la familia, y ahí el respeto de la directora es extremo, con independencia de que se quisiera o no ahondar en ese aspecto de la biografía de Zúñiga; lo que se muestra sobre su vida es acompañamiento de lo científico y no el eje motor de la película.

Sí, como digo, el contexto de la película es el que es; la genial composición fílmica diluye cualquier interpretación dogmática o cualquier intento de partidismo político, haciendo prevalecer el sentido científico de la propuesta. Hay que reivindicar a la persona y su compromiso, desde luego, y se hace con la naturalidad de contar lo que hizo y por lo que pasó, pero sin redundar en víctimas ni victimarios. Lo trascendental de la figura de Zúñiga era su propósito divulgador, su afán de conocer y transmitir el conocimiento adquirido para que la base social pudiera formar un espíritu crítico individual. Y esto se traduce en las imágenes de Sotos: lo científico y lo divulgador van de la mano con la búsqueda y la consulta de los archivos de Zúñiga, archivos de acceso limitado y todavía pendientes de clasificación (hay frases en las conversaciones con los encargados de la custodia del material muy reveladoras de las carencias sistémicas de este país en materia cultural); las notas biográficas del científico cineasta se acompañan con material fotográfico de sus actividades de enseñanza y sus vivencias bélicas y postbélicas, entre las que se intercalan sus fotografías botánicas y de insectos. A siempre lleva a B, y B nunca olvida a A: educación, cultura, divulgación, ciencia, conocimiento, transmisión, humildad en el saber cuyo camino se vio interrumpido y desviado por los conflictos del siglo XX, pero que siempre fue horizonte de su actividad.

El hilo conductor no puede ser otro que Irupé, la planta, y aquí es donde Candela Sotos sabe unir pasado con presente, el legado del científico con el presente de la divulgación y la experimentación. Una pequeña semilla seleccionada, un acuario con agua cálida y estancada, una reproducción científica de un hábitat necesario para germinar y desarrollarse como metáfora de la educación, hacer partícipe del origen para ser consciente de la formación, proponer un conocimiento para instaurar el ansia de saber más, como esa planta que crece y crece hasta el esplendor de su floración, esa necesaria semilla del saber que juega con la idea de un hombre libre a base de conocimiento y sin sujeción a dogmas indemostrables. La película reproduce el acontecimiento científico en todo su desarrollo con un cuidado y preciso uso de la imagen, que, de tanto acercarse a los elementos de la planta, queda transformada en un ente surreal que asimila las imágenes al cine experimental por la indefinición de formas y colores (en la memoria Hollis Frampton, Jordan Belson o pioneros como Ruttmann o Harry Smith). No es el objeto lo distorsionado, sino la cercanía la que aporta aspectos que el ojo, por sí solo, no puede ver. La película no olvida tampoco las relaciones del científico con otros colegas, su búsqueda de lugares donde filmar y mostrar aquello que quiere divulgar y, al final, el gran hallazgo. Es verdad, puede haber trampa porque previamente se nos ha dicho que sólo se conservaban fotografías de “La flor de Irupé”, una de las razones con las que comienza la película como elemento de investigación, una leyenda guaraní transformada en bellísimas imágenes de danza y naturaleza por el propio Zúñiga, y cuyo descubrimiento y restauración en el Museo del cine de Argentina nos permite disfrutar de la faceta de ficción del cineasta en los últimos minutos de película, donde aparcando lo científico nos sumergimos en el concepto mágico de cine, en la inmensidad de la creación artística de la mano de una persona que merece ser redescubierta y reivindicada, que supo ver el enorme potencial educativo y creativo del cine.

YRUPÉ. 2025. España. directora: Candela Sotos. Productora: Catarina Boieiro. Montaje: Juan Carrano, Caterina Monzani. Grabación de sonido: Candela Sotos, Mercedes Dansey, Raúl Díaz. Corrección de sonido y mezcla: Cora Delgado. Diseño de sonido: Didio Pestana. Corrección de color: Mauricio Freyre. Producción Chaco: Bruno del Giúdice, Nadia Aquino. música: Mercedes Dansey, Tomás Fernández Bonilla. 80 minutos