Vidas cruzadas no es un libro de Raymond Carver. Es un compendio de sus cuentos, aquéllos en los que se inspiró Robert Altman para filmar en 1993 su película Short Cuts (Vidas Cruzadas en la traducción española). Este dato es importante no sólo por el hecho de que se haya hecho una película a partir de su material (lo cual ya daría idea de la relevancia de éste), sino por la noción de que la obra de Carver traspasa su propia figura y se convierte en una obra de todos. Sus cuentos dejan de ser suyos para convertirse en un patrimonio de aquéllos que los lean.
Esto es así porque los relatos de Carver no tienen una sola lectura. Prácticamente puede haber tantas lecturas como lectores. La cotidianeidad de las historias es la clave. Los protagonistas de estos cuentos viven historias tan cotidianas, tan anodinas incluso, que podrían pasarnos a cualquiera de nosotros (y por tanto, cada uno puede tener su opinión, justificación o sensación particular hacia lo explicado). ¿Quién no ha sentido el impulso de cotillear entre las pertenencias de otra persona si ha tenido la oportunidad de hacerlo, como les sucede a los personajes de Vecinos? ¿Quién no ha sentido una punzada de dolor cuando ha oído que alguien criticaba a su pareja, como el protagonista de No son tu marido?
Pero Carver no sólo plantea situaciones diarias y conocidas. Como uno de los principales representantes del Realismo Sucio (movimiento literario desarrollado principalmente en USA en la década de los 70, basado en el minimalismo en la expresión y la vulgaridad de las situaciones y los personajes), sus historias están impregnadas de una sordidez, un tono gris y una mala leche que a algunos quizá los aleje un poco, pero a otros no hará sino acercarlos más y más a su universo y a la comprensión de la psique de unos personajes que no por mezquinos, morbosos o un pelín depravados son menos reales. ¿Y si mientras cotillea entre las pertenencias de sus vecinos el cotilla acaba poniéndose la ropa interior de la vecina? ¿Y si el hombre dolido por los comentarios acerca de la gordura de su mujer por parte de unos clientes del bar donde trabaja acaba por obsesionarse con que ella pierda peso?
Las historias de Carver son tan cercanas que acaban resultando historias para no dormir. No hace falta un protagonista psicópata, o un episodio aberrante, o un trauma desmesurado para provocar el infierno interno y el drama. A veces son nuestras propias decisiones las que dictan el curso de los acontecimientos; otras son accidentes y casualidades que desmoronan el mundo en el que vivimos.
Un hombre decide que lo mejor que puede hacer para enderezar el caos en que se ha convertido su vida familiar es abandonar a su perra.
Un coche atropella a un niño, que se levanta y vuelve a su casa. Un poco conmocionado, pero puede ir por su propio pie. El daño, sin embargo, está hecho, y el niño acaba muriendo poco después.
Una mujer tiene que confiar en la palabra de su marido, que le asegura que el cadáver de una chica joven que él y sus amigos encontraron cuando fueron de pesca el fin de semana es sólo eso: un cadáver que encontraron.
Las historias se van sucediendo e hilvanando, con un ritmo pausado, lento, hipnótico. La depresión se instala en las grietas de las paredes, en el interior de un aspirador que no puede eliminar toda la suciedad acumulada, dentro de una tarta de cumpleaños cuyas velas nunca serán sopladas. Los lectores somos testigos del transcurso de unas vidas en decadencia, de una sociedad que ha perdido la ilusión, el norte y la esperanza.
Su vida entera, a partir de aquel día, no sería sino una ruina. Aunque viviera otros cincuenta años (cosa harto poco probable) no conseguiría superar el haber abandonado a la perra. Sabía que, si no la encontraba, estaba acabado. Un hombre capaz de quitarse de encima a un animalito como Suzy no vale nada. Un hombre así sería capaz de hacer cualquier cosa, no se detendría ante nada.
La lectura podría volverse mecánica, aburrida, sonámbula; pero hay algo en la cadencia de la narración que la vuelve adictiva. Queremos más. Sabemos que las historias no van a darnos la respuesta de la felicidad, ni van a tener un giro espectacular, pero queremos continuar adelante, porque bajo la neblina que envuelve a estos personajes hay sitio para nosotros.
Sin embargo, antes del poema Limonada (uno de los más tristes que tendremos ocasión de leer en nuestra vida), hay un cuento que puede dar con la clave de por qué hemos seguido adelante a través de las páginas cuando creíamos que nada iba a sacarnos del sopor enfermizo en el que nos hemos adentrado voluntariamente. Su título es Diles a las mujeres que nos vamos, y va a dejar a quien lo lea con una sensación que puede tardar mucho en olvidar. Si es que llega a hacerlo. Porque en la vida hay momentos que lo cambian todo, que lo explican todo, que dan sentido a todo lo vivido y, en este caso, lo leído.
Título: Vidas cruzadas |
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