En un transcurrir apasionante descubriremos películas que, en sus contenidos y formas, van más allá de la ortodoxia clásica en este mundo del “cine para los cinéfilos”. Con mirada alucinada, fluctuamos de una película a otra, dándonos cuenta de los amplios conocimientos que posee Alejandro G. Calvo. Un sentido de euforia y emocionalidad recorren el sentir de las películas seleccionadas por el autor, un hombre joven lleno de una pasión vigorizante que contagia los afectos del mundo que pueblan su vida cinéfila. La complejidad del séptimo arte fluye sencilla y exultante en sus decires y decisiones a la hora de elegir los títulos que dejan tantos y tantos otros fuera. Lo objetivo y lo subjetivo de su mirada hacen de sus análisis un lugar habitable y cómodo. ¿Existe una mejor manera de convivir con la cultura? “Una película para cada año de tu vida” nos da una idea precisa, y creíble, no solo de lo que es el cine, mostrando, como pocos, la amplitud de miras del autor no condicionado por las opiniones ajenas, y a su vez dando una imagen de cine democrático, aquel que solo busca a un espectador afín, hoy destruido por la uniformidad de las narrativas. Un libro que derrocha pasión por el cine que no sabe de fronteras ni de ataduras para pasearse por los distintos géneros y apostar por títulos muy diferentes y variados en contenidos y formas asociadas a los lenguajes fílmicos. La sensación que nos provoca el autor es la de no detenerse en ningún espacio, sino desplazarse por las narrativas fílmicas con la absoluta ligereza de aquel que maneja los contenidos de la historia del cine con fluidez y destreza. En un recorrido por “Las edades del hombre”: Infancia (0-5/6), Niñez (6-11/12), Adolescencia (12-18), Juventud/Adultez temprana (18-26/40), Adultez (40-60) y Vejez/Persona mayor (60+), llegando a 100; se nos brindan títulos azarosos.

Sentiremos a Buster Keaton, el mejor especialista del cine silente, y disfrutaremos de sus interacciones dentro del plano. Las posibilidades que la infancia nos da del “todo es posible” se acaban con la metafórica película “Toy Story” de John Lasseter. La realidad esencial de las producciones de Miyazaki se nos hace mucho mejor que la realidad en sí misma; junto a ella, la infancia a través de Kiarostami y su película ¿Dónde está la casa de mi amigo? nos hace sentir la belleza existente en la infancia y el valor de la amistad. Con “La diligencia” de John Ford y haciendo uso de las palabras de André Bazin: “El arte se encuentra en perfecto equilibrio: es una forma ideal de expresión”; los pequeños gestos simbólicos que se hacen, los primeros planos de sus protagonistas, es una forma de escritura inefable e imperturbable. Greg Mottola muestra la tristeza de forma elíptica en pos de todos los recuerdos, buenos y malos, y será la memoria quien actúe de forma aleatoria y nos acerque los recuerdos. Cuando los planos de seguimiento nos asalten, irán de la mano de Gus Van Sant; simplemente aparecerá gente andando que se inmiscuirá en nuestra vida a golpes de “terror humano”. En su película, “La cosa” de John Carpenter, este idolatra la transparencia de su estilo. A través de “Retrato de una mujer en llamas” de Celine Sciamma sentimos el dolor del amor y sus dosis de verdad, sin trampas ni subterfugios. El autor nos invita a vencer el miedo a los grandes cineastas, a invitarnos a ser sus amigos a través de Dziga Vértov. Lo diferente y propiamente innato de las películas de Jim Jarmusch, donde lo dramático se encuentra donde no trasciende nada. Con “La red social” vemos cómo se transforman los procesos de amistad que antes se consolidaban en sitios públicos, como bares, cine clubs, patios y otros espacios. Hoy, esos procesos han sido relegados a la red social, lo que implica hacer clic. La paradoja nos sitúa en un mundo donde el alcance del conocimiento, de la interconexión, es apabullante y nos relega mayoritariamente a la profusión de insultos. La mutilación social se surte en una canibalización de los afectos. Darío Argento con sus películas construye atmósferas rompientes del punto de vista natural, poseedoras de imágenes y emociones completas, rotundas. Alejandro G. Calvo aprovecha la ocasión de despegarnos de las imágenes para poder analizarlas y para ello recomiendo una película como “Taxi Driver” de Martin Scorsese. Cuando me topo con “Two lovers”, James Gray me convulsiona; no puedo estar más en consonancia con sus palabras: “…cada secuencia posee el peso dramático justo, la puesta en escena más adecuada que uno se pueda echar a la cara”. El amor desaparece como idea ilusoria de enamoramiento y libertad absoluta; todavía nos ponemos más tristes que con “Annie Hall” de Woody Allen.

Y con “Deseando amar” de Wong Kar-wai, el cine como milagro con todo lo que ello conlleva de sueño imposible e infinito. Abordar “Centauros del desierto” de John Ford con la determinación y la pasión desenfrenada del autor y sin ponerle reparos a la ética más que cuestionable de su protagonista nos hace pensar en que ese John Ford siempre fue ideológicamente polemizado. El cine como acto de resistencia en las imágenes del cineasta luso, Pedro Costa, y su película, “En el cuarto de Vanda”; la miseria era eso, donde Buñuel se queda lejos con “Los olvidados”. “Nubes pasajeras” de Kaurismäki nos situará en una historia de perdedores natos, donde, muy a pesar de poner la intención en lo positivo, todo se vuelve del revés. Esos corazones en búsqueda de esperanza, sin renunciar a la misma como tantas películas de Vittorio de Sica, donde un vuelco a la existencia se puede producir en cualquier instante. Dentro de las narrativas fílmicas que se mueven como dados, hacia adelante y hacia atrás, el cine de Quentin Tarantino y su “Los odiosos ochos”, un paseo por lo grotesco que nos acaba resultando divertido. Junto a él, la barbarie de los tiros, gritos, manantiales de sangre en “Grupo salvaje” de Sam Peckinpah. Y con Roberto Rosellini y su “Te querré siempre” entramos a fijarnos de manera definitiva en las formas del cine, donde objetividad y subjetividad llegan a confundirse. Cuando de tristeza inmisericorde se trata, no hay más que irse a las películas del húngaro Béla Tarr; “Satantango” es un buen ejemplo. Pasearnos por el cine de Herzog nos lleva a las aventuras equinocciales. Cuando hablamos de Lumet, nos paseamos por el cine negro, con misterio, policiaco e irreversiblemente inteligente.

Y Fuller deja atrás las sutilezas. Y un sinfín de películas de mano de Buñuel, Tarkovski, Bergman, Pasolini… todas ellas en el marco que caprichosamente ha situado el autor año tras año. Y así podríamos seguir hasta el final y llegaríamos a la película que se le dedica a los 100 años, nada más y nada menos que “2001: Una odisea del espacio” de Stanley Kubrick, para decir adiós con la mirada abierta al paso de los siglos y al nuevo resurgir de ideas y formas de hacer cine que son una incógnita para nosotros.