Puede que todavía no se lo hayas escuchado decir a la maravillosa Sra. Maisel, pero seguro que te han entrado ganas de recolocártelas a ti también. Si es así, esta oda es para ti:
Oh, carnaza del verano, tetas despampanantes, caídas, postizas y pequeñas, contorneadas en las playas y en las piscinas, aporreadas contra abanicos; pezones, aureolas, pelos negros sacándote un ojo desde lejos (y Almodóvar en la tumbona con un cuello vuelto de manga corta). Venga a nosotros vuestro reino.
Que vengan las que tiran más que dos carretas y las que enseñan sus heridas de guerra, esas no necesitan de sujetadores para estar siempre en su sitio.
Que sean un símbolo del empoderamiento femenino y el manantial del que brota la vida, pero no el objeto con el que cierta clase de personas se pasean. Puede que la necedad del hombre tenga su origen en la Biblia, el objeto entre objetos con el que necios juzgan el mundo.
Y sino, juzgad vosotros. Miren como el profeta Isaías comparaba los senos de la mujer con la ciudad de Jerusalén;
«10 Alegraos con Jerusalén, y gozaos con ella, todos los que la amáis: llenaos con ella de gozo, todos los que os enlutáis por ella. 11 Para que maméis y os saciéis de los pechos de sus consolaciones, para que ordeñéis, y os deleitéis con el resplandor de su gloria. 12 Porque así dice Jehová: he aquí que yo extiendo sobre ella paz como un río, y la gloria de las gentes como un arroyo que sale de madre, y mamaréis, y sobre el lado seréis traídos, y sobre las rodillas seréis regalados. 13 Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo”
Isaías 66: 10-13
Tan desacertadamente escrito y leído por muchos, que eso ha hecho la historia con ellos: tomarlos al igual que la ciudad santa como la fuente que amamanta su santa estupidez.
También era mujer la ramera de Babilonia, esa ciudad con la que “fornicaron los reyes de la tierra, y los habitantes del mundo se han embriagado con el vino de su prostitución” (Ap. 17: 2). Incluso el Cordero de Dios ha sido sacrificado por su libertinaje (¡Cristo ten piedad!).
Así pues, mujeres, las que enseñáis los pechos (y no me refiero con eso a Cayetana Álvarez de Toledo): vuestros senos no son un objeto de lujo en las playas, hay muchos hombres a los que amamantar con consuelo en la tierra. Nunca es tarde para ser ordeñada como una buena vaca.
La mujer o la ciudad son una ramera o un manantial de consuelo, pero al parecer sus pechos siempre serán tomados por los mismos estúpidos para lo mismo.
Por su parte, Midge Maisel (Rachel Brosnahan), la de las tetas de arriba, es la Maravillosa Señora Maisel, una judía bien avenida del Upper West Side que se convierte en comediante a finales de los años 60 para desparasitarse de su marido, quien la deja con dos hijos para follarse a su secretaria de 20 años.
La serie merece la pena no solo por demostrar que una mujer hace mucha más puta gracia que un hombre sin necesidad de ser estúpidamente machista, y ni tan si quiera feminista, sino por demostrar que enseñar sus pechos sirve para mucho más que para alimentar la estupidez de su marido.
La puedes ver en Amazon Prime Video, tan solo lleva dos temporadas, y es una gran desconocida en España: ya lleva ganados 3 Globos de Oro, 5 Emmys, y este año está nominada a 10 más.
Y esto se acaba señores, pero no sin antes darle a un último play que haga los honores de esta categoría que hoy presido: Arte y Cultura. A ver si con Nina Kravitz en cabina se nos suben los pechos a la cabeza.
My name is Mrs. Maisel… Thank you and good night!
Hay tantísimas formas de ser y de actuar que anhelo que nunca dejemos de sorprendernos y de encontrar personalidades diferentes. Magnífica reflexión, fenomenal descripción