Esta mañana me he despertado rara. De forma inexplicable, me siento flor. Al mirarme al espejo, observo que alrededor de mi pecho han crecido una docena de pétalos rosados y mi cuerpo es un tallo flexible que cimbrea gracioso al moverme. Mis brazos, hojas verdes y pecioladas. Mis pies, raíces hundidas en tierra fresca. Me gusta mi nuevo estado, de forma deliciosa, siento la clorofila corriendo por mis venas. Llamo a mi terapeuta para contárselo y ha puesto el grito en el cielo. Le da igual que me sienta piedra que se hunde en el agua oscura de un pozo, o tijeras que destruyan un libro de poemas, dice enfurecida. Cualquier cosa, menos quedarme en el tiesto donde Carlos me plantó hace dos semanas.

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