Es un lunes cálido y nublado de abril en el autobús silencioso aunque va lleno de gente. Todas las cabezas inclinadas mirando la pantalla del móvil, como hipnotizados.
Hoy a Cristina el día le pesa un poco más y no se puede concentrar en la lectura del libro que le suele hacer el trayecto más liviano. Llega a su parada, la que marca el comienzo de la semana y de la jornada laboral.
Inés la está esperando en la puerta de la tienda, es su visita semanal y siempre llega antes de la hora de apertura. Cristina la saluda dibujando una tenue sonrisa en su rostro, levanta la persiana y la invita a pasar. Le pide un minuto para organizarse y se acerca de nuevo a ella.
- ¿Cómo estás Inés?
Una pregunta que un lunes a primera hora cualquiera podría interpretar como pura cortesía, pero viniendo de Cristina solo puede ser sincera, así que Inés se lanza.
- No estoy bien Cristina, son muchas cosas, creo que tengo depresión.
Sus palabras caen sobre Cristina como una pesada nube negra y se espabila de golpe para atender a Inés.
- Pero ¿ha pasado algo en casa?
- No, es que son muchas cosas, mis hijos me necesitan para que cuide de mis nietos, yo no tengo tiempo ni para mí, pero no les puedo fallar, aunque cuando yo les busco ellos no tienen tiempo y mi marido, ese va a lo suyo.
- ¿Has buscado ayuda?. Inés, te entiendo, tranquila.
- ¿Te ha pasado alguna vez? ¿has estado así?
Otra vez la nube sobre su cabeza, siente un escalofrío que le pone el vello de punta y vuelve mentalmente a un pasado con miedo que siempre la acompaña y del que nunca habla.
- Oficialmente, no, con diagnóstico, no. Pero ya sabes como era antes, los pobres no teníamos depresión. Como si fuera un invento de ricos o de flojos y teníamos que seguir tirando. Por suerte ya no es así. Inés, debes ir al médico y pedir ayuda. Tú debes ser lo más importante para ti.
- Ya, es que todo esto que estamos viviendo se me hace muy duro.
Cristina supone, que aunque han pasado años, Inés sigue arrastrando los días duros de confinamiento y ahora le suma algunas guerras, inflación, crispación e individualismo generalizado. Menudo coctel, piensa Cristina.
- Bueno, ya tienes la recarga, cuídate ¿de acuerdo? ¿vas al gimnasio ahora?
- Sí, voy con mucho tiempo de antelación, pero así puedo pasear y me quito un rato de estar en casa. Me cuidaré.
- Nos vemos la semana que viene.
Tan solo puede pensar en Inés, se pregunta si hay algo más que ella podría haber hecho.
Por la tarde aparece Julia por la tienda cargada de macetas. Sabe que a Cristina le encantan las plantas y le pide que por favor se las quede. Su marido le ha echado de casa, de la que ha sido su casa durante veinte años, pero se tiene que ir porque como ella dice, él ahora tiene que acomodar a su amante.
No quiere que sus plantas vivan bajo ese techo. Dice que él ha conseguido que ella esté en boca de todo el mundo por sus amantes y distintos desplantes. Cristina se entristece pero considera que no debe opinar sobre el tema y se centra en preguntarle por los cuidados que debe dedicar a cada planta.
Por fin llega la hora de cierre. Cristina echa la persiana y se dirige a la parada.
En la marquesina hay una señora con aspecto de cansada pero atenta a lo que pasa a su alrededor, lleva el pelo recogido en una cola y va uniformada con camisa y pantalón negro. Mira durante unos segundos a Cristina hasta que se decide a hablar.
– La calor que está haciendo ya en abril y yo ahora tengo que meterme en una cocina.
– Pues ya ves, se hará duro, sí.
– En la playa es donde se está bien ahora, pero ya hace años que no la piso. Mis amigas no dejan de ir y decirme que vaya, pero claro, ellas van cuando yo tengo más trabajo. Dicen que si es necesario me pagan el viaje, pero no es eso, no descanso y cuando lo hago, aunque no puedo con mi cuerpo, es cuando me dedico a la casa. Menos mal que mi vecina me echa una mano.
– Sí, menos mal, que suerte tener una vecina así. Bueno, llega mi bus, pero cuídate y busca tiempo libre para disfrutar de la playa con tus amigas. Hasta la próxima.
Encuentra asiento en el autobús y mira por la ventanilla, piensa en Inés, en Julia y en la señora de la parada. Ella también está cansada. Piensa en las heridas que no siempre cura el tiempo y que sin ayuda a veces se nos enquistan.
Esta forma de vivir, tan solo es lunes y ya estamos así.