A dos amigos que (no) me acompañaban
Nunca conocí a Rainer Maria Rilke. Sólo he cantado a coro sus versos, a veces en mi propia lengua, otras en el exquisito francés en el que Jaccottet lo entendió y, en ocasiones, estas ya muy sumarias, en su propio alemán. Pero nunca pude conocerlo. Sin embargo, si hoy se me pregunta por Rilke o […]
Orfeo ante lo bello
Quisiera empezar a hablar y siento que ya es tarde, que ya no hay tiempo. Porque aquí acaba el tiempo donde no estoy y empieza el tiempo donde vuelvo a estar, donde vuelvo a empezar. Empezar a hablar con estas palabras, en y desde su propio principio, es, en efecto, empezar de nuevo. Entonces, ¿cómo […]
Esencia y vecindad del sueño en Novalis
Comentario a MARTÍN NAVARRO, Alejandro: La nostalgia del pensar. Novalis y los orígenes del romanticismo alemán. Thémata/ Plaza y Valdés, Sevilla, 2010. Para escribir sobre Friedrich von Hardenberg habría que empezar con una palabra mágica o un conjuro. Tal vez sería Minne nuestra contraseña. Como muchos otros, no conocí en mi primera juventud el encanto […]
Un aire callado (que es) de nadie
El cambio de aliento es algo realmente trágico. Ese pallaksch, tal como aparece en el poema de Celan, aunque no signifique nada por sí solo, esa palabra sin palabras que invade la poesía (como la locura, quizás, invadió la vida poética de nuestro Scardanelli) es también algo así como una consigna biográfica, señalando a los lectores de Hölderlin que es el difunto, el loco, el que está en juego aquí, el Hölderlin que, como su amigo Schwab señaló, se negaba a distinguir entre el «sí» y el «no». Es sabido que Hölderlin se retiró a su propio pallaksch con signos de gran angustia, bajo la presión de la conversación de aquellos que querían visitar al célebre loco y llevarse un recuerdo a casa. En otras palabras, algún significado, alguna iluminación.
Goethe o el demonio de la representación
Pero hay muchos demonios en Goethe, algunos son en realidad casi como el Imp, el diablillo de Poe, puede que hasta como el jorobadito (bucklicht Männlein) al que dirige sus oraciones el pequeño Walter Benjamin, signo de un tiempo hechizado por la magia de la ventura o la desventura, Porque el tiempo, nos dice Heráclito, es un niño que juega y hace pillerías, por ejemplo devorar hombrecitos de mazapán, gelatina o chocolate. Y no es el menos importante uno que, cuando era niño, le proporcionaba una visión ecuánime desde lo alto.