Otra vuelta de tuerca al suspense
Todos nos hemos sentado, alguna vez, en corro o alrededor de una mesa a contar historias de fantasmas, sólo que éstas suelen repetirse en toda la geografía –con matices, eso sí-, como si un ejército bien entrenado de chicas demacradas y vestidas de blanco se hubieran dispersado para aparecer en curvas de carreteras estrechas, sin arcén, en noches oscuras. “Otra vuelta de tuerca” no es un relato más de aparecidos, pues su ambivalencia permite hacer una doble lectura. Esto es posible gracias a la voz narradora, que recae sobre la institutriz. El hecho de ser contado en primera persona, poco a poco, nos hace desconfiar de su testimonio ante la excepcionalidad de los acontecimientos. ¿Son sus dos pequeños discípulos las víctimas de fuerzas demoníacas, situadas en un limbo impreciso entre la vida y la muerte?, ¿es la institutriz quien percibe alucinaciones como parte de la realidad y pretende que el lector sea su aliado?, ¿puede el receptor estar seguro de algo cuando, capítulo tras capítulo, la situación se agrava?