Laporte no está
El nombre no es el libro, el libro es la unidad a deconstruir, lo real de este nombre está constantemente desplazado por la máquina textual, la Biografía es la definición, la máquina textual, y su paradigma platónico de tejido siempre en la memoria, recordado, es la imagen del nombre. El nombre sería el texto definido por la Biografía, pero el definiens es aleatorio, acarreado por el juego de su diferenciación. El conocimiento sería la lectura a condición de recordar que la lectura y la escritura son lo mismo a través de la diferencia que las constituye. El quinto factor es la escritura, siempre idéntica a sí misma y siempre distinta, a través de la lectura, y en relación con la cual el texto sería el reflejo. Este comentario platónico podría ser acusado de reconducir una forma de dualidad metafísica, pero el texto-imagen es también múltiple y cada lectura reconfigura la identidad y la preserva. El texto es ese φαρμακός que, no siendo ni cura ni veneno –escritura o contraescritura-, se afirma por ambos.
Vemos, simplemente: una celebración de Pierre Klossowski
En definitiva, el cuadro se presenta como el lugar privilegiado del «no discurso». Podemos ver aquí que esta especulación sobre el mutismo de la pintura implica una redefinición filosófica del arte visual y conduce a un cuestionamiento de las prerrogativas de la escritura. La comunicación se convierte en una posibilidad, o incluso en una propiedad, que el dibujo silencioso parece arrebatar al habla. Entre el impulso y la imagen dibujada hay una especie de ósmosis, una transmisión inmediata, que hace del cuadro el espacio mismo de los movimientos del alma, y que exonera al intelecto de lo que llamamos comprensión. Por lo tanto, no es por capricho, ni por razones de conveniencia, que el escritor haya recurrido al arte plástico. Fue una reflexión filosófica la que le convenció por primera vez de que la comunicación, cuestionada con razón en la práctica narrativa, se realizaba en cambio a través de la mediación del espectáculo, ya sea dramático o pictórico. Sucede, en efecto, que en la cronología de la producción, la visión mental del cuadro, o incluso su ejecución material, precede a la palabra que dará cuenta de él, y que la percepción precede así, en el espectador, a la comprensión. Todo sucede, pues, como si estuviera constantemente bajo el dictado de la imagen. Tales son los argumentos que justifican la preferencia que se da actualmente al dibujo.
Fragmentos sobre el fragmento
Por eso, en definitiva, pienso que el carácter fragmentario de estos apuntes nos muestra a un Perros que no sólo piensa, sino que escribe al mismo tiempo, consciente del esfuerzo que requiere encontrar las palabras y las imágenes, también la forma. Existe una cierta fenomenología de la escritura que, más allá de las boutades que Perros se permite a sí mismo, consiste no sólo en tomar conciencia, sino también en asumir la responsabilidad del uso de su propio -¿único?- medio: la escritura. Para Perros, el texto principal está en otra parte que en sus escritos (el margen), ecos sólo de lo que vive, partes de la experiencia pero ciertamente no su totalidad, ni su principio ni su fin.
La vi, Malte, la vi: una enseñanza sobre la mirada (Rilke y la imagen II)
Existe, está claro, una relación entre la aparición como una apertura en lo visible y lo que Rilke llama lo Abierto. En este punto, todo Rilke, y para muestra sirven sus Cuadernos de Malte, es una enseñanza sobre la mirada. Así pues, el pasaje sobre la aparición de Ingeborg no es una abdicación ante un misterio insondable ante el cual uno tendría que caer de rodillas. Al contrario, si Malte hace de la escritura de esta historia una especie de ejercicio espiritual, es en el sentido de la disciplina implacable que se impone a sí mismo para aprender a ver. Aprender a escribir. El Otro no es una instancia trascendental que le dictaría algo, o que le daría a una pintura la última pincelada de algún más allá cuya idea Rilke rechaza.
Cerrar nuestros ojos, renunciar a nuestras bocas: (Rilke y la imagen I)
Más que una evolución cronológica de las concepciones de Rilke sobre el tema, este aprender a ver forma parte de una dialéctica permanente entre el deseo de dominar lo visible y la sumisión a lo que es tan visual como, por lo mismo, inmanejable. ¡Qué difícil será no ejercer la violencia de la mirada! Violencia que consiste en querer apropiarse de impresiones cuya especificidad es precisamente imponerse, impresionar al sujeto sin que éste pueda hacer nada al respecto. El resurgimiento de la imagen que sufre el poeta no se realiza, por tanto, de la manera feliz que había imaginado sobre Rodin, sino que es tan terrible como verlo a él mismo.