Un portulano de llanto
Y es un golpe de genio, como el último acorde de una balada triste, un poco loca y perversamente naif, el que elige Christle para cerrar su itinerario. Por si nos ha dado pesadumbre, aunque lo hayamos devorado con los ojos chispeantes y una permanente media sonrisa, a lo que ayuda sobremanera la acogedora edición. Estimulante y depresiva, suministradora del estímulo de la depresión. En esto me recuerda Heather Christle a Cioran, si es que se puede comparar, sin dar un salto mortal, al mejor heredero de los moralistas francesas, con esta inteligente pitonisa, disfrazada de ese muñeco un poco raro y kawaῑ, que nos conmueve en una tarde de lluvia mientras escuchamos canciones de Belle & Sebastian en un tocadiscos.