Sonreía sin querer, pero reía queriendo y de eso María era consciente. Siempre había sido así, veía cómo la mueca salía de forma natural, pero el sonido de reírse, esa carcajada, de jajaja, tenía que forzarse.
¿Podría eso cambiar? Pues no sabía. Tendría que cambiar el mecanismo y María no tenía esos conocimientos, ni quería. A ella solo le gustaba lo que tenía alrededor, sin mayores pretensiones, no pedía, no forzaba tener más de lo necesario y eso que para muchos amigos era ser inconformista, para ella era meramente disfrutar de lo cercano, y Julia estaba allí desde siempre, desde que tenía uso de razón. Había crecido con ella, había seguido sus pasos, había visto cómo esas marcas en la pared iban aumentando cada mes, cada año y así, con el tiempo habían llegado a la adolescencia. María y Julia juntas sin cambios, sin más, unidas con esos vestidos que María creaba, que nos llevaban a la sencillez y a su personalidad, que al final creaba la de Julia.