No supo la razón pero salió a la calle y en ese momento el agua le tocó el rostro. Alzó la cabeza, sintió y disfrutó como la llovizna le invadía y que el agua iba en aumento. Presentía una sensación de desasosiego pero a la vez de calma, algo difícil de explicar. Él siguió andando sin rumbo fijo bajo el agua con mucha tranquilidad.
Al contrario que el, la gente corría a su resguardo, pero percibió como si los demás no le viesen, que no tuvieran que sortearle en sus carreras. Pero al mismo tiempo se sentía acompañado, su salida de casa había sido en cierta forma una llamada de búsqueda, ¿a qué, a quién?, no lo sabía.
Le sobrecogía una imperiosa necesidad de andar, de deambular a la deriva, sin un camino en la cabeza, ni destino.
Mientras tanto el suelo se iba llenando le agua, y los charcos se creaban a su paso, en ellos se veían reflejados las luces y las sombras de los viandantes, y algo le sorprendió, se dio cuenta que la suya no.
Esa sensación le inquietó, ¿todo era un sueño o una realidad? Por instinto cerró los ojos, al abrirlos sintió un escalofrío y de repente no estaba solo. Su sombra no era la única, tenía una grata compañía y el resto había desaparecido.
Ahora ambas sombras sí que se reflejaban en el agua.