Texto colaborativo elaborado entre las componentes de la sección feminismos de esta casa. La ciencia ficción, como todo, será feminista o no será.
Estaba quieta. Los ojos cerrados. El viento sacudía su pelo y se le metía por debajo de la falda.
La temperatura extrema llevaba semanas sin dar un respiro. Por eso, el aire que ahora le recorría el cuerpo le producía principalmente agobio. Aunque, no podía evitarlo, también sentía tristeza. Una tristeza antigua e indeterminada que tenía como pegada al cuerpo. Hoy, desde temprano, se le había metido en la cabeza que si lograba permanecer mucho tiempo, incluso varias horas, de pie junto a la orilla de lo que alguna vez había sido un lago,quizás la tristeza se evaporaría con el sudor.
Era lo único que le quedaba por intentar. Desde la última de las grandes sequías, había sido incapaz de llorar. Primero pensó que se trataba de un bloqueo emocional temporal, fruto de ver tanta muerte a su alrededor, tantos animales desapareciendo definitivamente. Sin embargo, con el paso de las semanas se había percatado, hablando con sus vecinas, que en realidad se trataba del síntoma de lo que quizás era un virus que había atacado a múltiples personas que, de un momento a otro, habían perdido la capacidad de llorar. Por eso la tristeza se le había atascado.
¿Pero hacia dónde va un planeta sin lágrimas?, se preguntaba cada vez que comprobaba que ese extraño síntoma se expandía silenciosamente entre la gente.
Mientras, continuaba cuestionándose cómo proceder, visualizaba los duelos atascados de sus vecinas. La procedencia de las lágrimas agarrotadas en las gargantas. La acidez de la angustia prolongada sin puntos de fuga.
Se imaginaba twitteando su hallazgo, quería gritar al mundo qué pasaba con el virus y deseaba, profundamente, compartir su tristeza. De repente dio un respingo al ver que su gata había saltado a su regazo sin previo aviso. Su hocico buscaba el encaje perfecto con sus manos. Luna, su gata, la miró como se mira a quién se abraza desde el profundo enigma de sus pupilas y, en un momento de auténtica ternura, a ambas les comenzó a asomar una incipiente lágrima.
Sabía que tenía que correr a decírselo a sus vecinas pero también que ese preciso instante era el principio de un nuevo tiempo y quería prolongarlo todo lo que fuera posible.