—¡Los zapatos ya están puestos junto a la chimenea! —exclama alborozada la madre, dirigiéndose a las dos niñas que colorean dibujos tumbadas sobre la alfombra del salón. Ellas le responden con una sonrisa y siguen a lo suyo.
—¡Ahora, el cuenco con agua para los camellos y los tres vasos de leche y las galletas para los Reyes! —continúa la madre, entusiasmada—. ¡Esta noche, Sus Majestades tienen mucho trabajo y deben alimentarse bien!
Las niñas, a punto de cumplir ocho la pequeña, los nueve cumplidos la mayor, la miran en su ir y venir y vuelven a sonreír.
—¿Estáis nerviosas? —les pregunta la madre mientras da los últimos retoques a lo que ha dispuesto para recibir a los Magos de Oriente—. A ver qué nos traen. Todas hemos sido buenas este año, así que lo que no nos traerán es carbón.
—Sí, estamos nerviosas —responde la mayor sin mucho énfasis.
—¡Venga pues, recoged los papeles y los colores que nos vamos enseguida a la cama y así antes vendrán los Reyes Magos a dejarnos los regalos! Voy a prepararos la cama.
Mientras recogen, la pequeña le dice a su hermana:
—¿Se lo decimos a mamá?
—¡No! —exclama la mayor en voz baja—. ¿No ves lo ilusionada que está?
—Ya, pero…
—Dejémosla que sea feliz y siga creyendo que los Reyes Magos existen.