En un momento dado de Sils Marie, la anterior película de Olivier Assayas, Valentine, asistente personal de la actriz Maria Enders, desaparece, se volatiliza. Justo cuando ese personaje está empezando a cobrar un protagonismo acorde con el sentido de la película, se esfuma, es eliminado de la narración sin que Assayas incida en los porqués, aunque muestre elementos suficientes como para que el espectador asuma las razones íntimas de la joven para esfumarse. Como un eco procedente de Sils Marie, Personal shopper, interpretada igualmente por Kirsten Stewart, permite establecer el juego de la recuperación de esa persona perdida, aunque no sea cierto, reencontrándola un tiempo después por las calles de Paris, asentada en un nuevo trabajo que guarda muchas similitudes con el anterior. Maureen podría transformarse, entonces, en la nueva identidad de Valentina, recuperamos al personaje tras un fuera de campo de muchos meses en los que ha borrado su identidad, pero no su pasado, ni su adición a la permanente conexión informática. La insatisfacción vital y personal que crecía en Valentina ha alcanzado su máximo exponente en Maureen, si aquélla desaparecía cuando ya no podía diferenciar entre lo personal y lo profesional, su recuperación en la pantalla, nuevamente nos la presenta como una persona vacía pendiente de miradas ausentes sin ser capaz de ver lo que la rodea.
Maureen trabaja como asistente de una modelo, encargada de ir de tienda en tienda para conseguir las prendas y complementos que hagan destacar la belleza de su empleadora. Guiándose por la mirada y por el recuerdo de la anatomía de su jefa, relación distante y sin apenas contacto que se desarrolla por teléfono y vía mensaje a través de los teléfonos de última generación. Maureen renuncia a su propia mirada para tener que ver a través de ojos ajenos que, poco a poco, van adueñándose de su percepción hasta confundir donde llega una y donde acaba la otra. Pero también parece que Maureen ha renunciado a su propia mirada mientras no obtenga una respuesta del más allá, la pérdida inesperada, traumática y amenazante de un hermano gemelo, diagnosticado de una malformación cardiaca que también padece la joven, hace que ésta insista en conseguir una comunicación sensorial con el espíritu errante del fallecido. No es tanto la necesidad de obtener respuestas como de sentirse acompañada, de saber que lo que ya no está continúa de alguna manera con nosotros. Pero todo puede convertirse en un juego perverso de nuestra mente, indirectamente influída por lo que deseamos, cualquier situación puede interpretarse como una señal, incluso como una señal fabricada por nuestra necesidad de compañía.
Cuanto más se aleja Maureen de la realidad, más ciega es su mirada al mundo que la rodea, anhelando encontrar la señal del más allá no es capaz de interpretar correctamente los mensajes inequívocos de este mundo, o si los interpreta, parece que no le afectan; que su relación amorosa a distancia se esté resquebrajando, que no sepa distinguir un acoso de un juego inocente, que no comprenda que su obsesión está empezando a incomodar a otras personas. Inmersa en la búsqueda de mentes ajenas, de información sobre ocultismo y contactos en dimensiones diferentes, su mente parece sufrir un apagón desdoblado entre la búsqueda inmaterial de ese hermano perdido y la transformación clandestina en el alma de la modelo. Assayas compone en relación con este segundo personaje un ejercicio de voyeurismo compartido de dudosa eficacia, entre actriz y espectador, y que acercaría su propuesta al mero marketing publicitario de mostrar el cuerpo de la actriz desnudo.
La metamorfosis que propone Assayas en el personaje de Maureen para jugar a ser la odiada Kyra, se diluye entre ese voyeurismo, el exhibicionismo, el sadomasoquismo de opereta y la invasión de la intimidad ajena; desnudándose para probarse las prendas escogidas, repasando los armarios de la modelo ausente y masturbándose en la cama de ella, el director pretende un momento perverso de ósmosis que termina pareciendo un mal remedo de De Palma, sobre todo cuando esa libertad que se toma la empleada concluye, al día siguiente, con un asesinato que, dicho sea de paso, elimina gran parte del acertado clima conseguido por el director previamente, pues aunque la historia se estanque rápidamente, no haya una progresión interesante en la propuesta, y el rostro de la actriz mantenga una neutra mirada mortecina prácticamente en la totalidad de su desarrollo, el inicio en la vieja mansión abandonada y la búsqueda de esa conexión entre dos mundos imposibles de unir, sí es manejado de manera solvente y ausente de efectismos por Assayas, una puesta en escena que se arruina cuando entra en juego el largo y poco creíble episodio criminal y de seducción-acoso vía whatsapp.
Refuerza Assayas su mirada absolutamente nihilista sobre la contemporaneidad manteniendo el individualismo como reflejo de la alienación suprema de las personas, aisladas en mundos virtuales que eliminan cualquier forma de comunicación efectiva, y afectiva, de los que el personaje de Maureen sería un ejemplo extremo, pero muy representativo. Permanentemente conectada a su pantalla de móvil, que tanto le sirve como herramienta de trabajo, como buscador de información, como entretenimiento o como forma de aislamiento en medio de la multitud con la que no piensa interactuar, un instrumento de comunicación que el sistema se ha ido encargando de convertir en el icono de ausencia de la misma, en un creador de sucedáneos de todo tipo de relaciones, alejando la realidad y el deseo, que solo puede ser superado mediante la vuelta a la palabra, al espacio íntimo alejado de redes wifi, desde sociedades y culturas de menor desarrollo tecnológico pero mayor contacto humano.
Desconectada de mundos virtuales, envuelta en la cálida luz que débilmente penetra a través de pequeñas hendiduras que alejan el calor del desierto, Maureen conseguirá la respuesta que andaba buscando de manera obsesiva engañada por una sociedad interconectada que ha aumentado geométricamente su soledad. Es muy fácil jugar a lo prohibido a través de una pantalla, en el silencio de un teclado y en la soledad de una habitación, lo complicado surge en el cara a cara, pero también lo más satisfactorio. Como Maureen, hemos aprendido a no exponernos jugando a identidades inventadas y al no compromiso, retroceder para volver a ser animales sociales supone una marcha atrás de dificil decisión. Construida sobre la esencia del duelo, el personaje de Maureen irá descubriendo que ni los muertos cuidan de los vivos ni es posible mantener una vida continua de duelo, descubrirá que una cosa es «sentir una presencia» y otra «creer que se siente», obnubilada por esa búsqueda ha jugado a convertirse en otra persona, pero sólo volviendo a ser uno mismo se pueden encontrar las respuestas.
Ficha técnica