Después de presenciar cómo las llaves del coche se han colado por el hueco del ascensor, le envío un correo electrónico a mi querida Amaya pidiéndole que, por favor, interceda por mí en esa reunión tan importante que llevaba meses preparando y a la que no voy a poder asistir. Tratando de no perder la calma, decido sentarme en la escalera, con los codos sobre las rodillas y la cara entre mis manos, a esperar al técnico y pensar en lo caprichoso que es el destino.
Sin duda, fue el destino el que me llevó a aquella ventanilla, ante la enternecedora abuelita de gafas redondas a quien entregué mi matrícula en Comercio y Marketing. Cara era Filosofía; cruz, Marketing. Desde aquel día en la Facultad de Ciencias Sociales, creo que mi vida ha sido una sucesión de casualidades que me han traído hasta aquí. ¿Acaso no es para todos así?
Si aquella tarde en la que tuve la brillante idea de que con 18 años mi futuro profesional lo decidiría una moneda, hubiera salido cara, no habría conocido a Pedro, mi inseparable e imprescindible compañero de aventuras y estudio, y, en consecuencia, tampoco a su hermana Rebeca. Sin Rebeca, no hubiera descubierto el apasionante mundo de los animales y jamás se me hubiera ocurrido acompañarla a aquel viaje a Guatemala en un proyecto de conservación de tortugas marinas. Si en aquel viaje yo no me hubiera roto la pierna, Rebeca jamás se hubiera enamorado perdidamente de Pierre, un voluntario francés que estaba en cuarto año de Medicina y que se ocupó de mí y de mi pierna mientras mi amiga recolectaba huevos de tortuga. Sin Pierre, Rebeca no hubiera decidido mudarse a París tres años después y mis esporádicas visitas a la ciudad de las luces no habrían tenido lugar. Así que tampoco me hubiese encontrado por las calles parisinas con un turista que llamó mi atención con un macarrónico «excuse-moi» que me hizo adivinar que era español. Y menos mal que yo estaba tan perdida como tú y decidimos que lo mejor sería sentarnos en aquella terraza. Si en aquel momento, no hubiera considerado que tomar un crêpe au chocolat con un desconocido era una buena idea, nadie leería esto, porque no se me habría ocurrido pensarte a pesar de que, con Sofía en brazos, acabas de desearme suerte en esa reunión tan importante a la que jamás voy a llegar porque el destino es muy caprichoso.
[…] «Después de presenciar cómo las llaves del coche se han colado por el hueco del ascensor, le envío un correo electrónico a mi querida Amaya pidiéndole que, por favor, interceda por mí en esa reunión tan importante que llevaba meses preparando y a la que no voy a poder asistir. Tratando de no perder la calma, decido sentarme en la escalera, con los codos sobre las rodillas y la cara entre mis manos, a esperar al técnico y pensar en lo caprichoso que es el destino». La historia continúa en Amanece Metrópolis. […]