En el mundo adulto hay cosas que son lógicas y de obligado cumplimiento: los padres han de proteger a sus hijos, los padres han de querer a sus hijos, los padres han de respetar a sus hijos, los profesores han de velar por el bienestar de sus alumnos, los padres y los profesores han de ponerse de acuerdo en cuáles son las mejores estrategias para estimular a los niños, los adultos han de llegar a donde los niños todavía no tienen acceso.
Pero no existe un mundo de los adultos y un mundo de los niños, sino simplemente un mundo, y lamentablemente en este mundo nuestro muchas veces las cosas no son como deberían.
Por eso, aunque dramatizada y cargada de una fantasía desbordante, acorde con el público infantil a que va destinada (en principio), la historia de Matilda no nos queda muy alejada.
Y es que Matilda es una niña maravillosa atrapada en una vida insulsa, sin incentivos.
A sus cinco años ha dado muestras de una inteligencia superior y una curiosidad sin límites, pero sus padres, lejos de sentir orgullo y ganas de apoyarla para que alcance su máximo potencial, la desprecian y tratan como a un estorbo. No es como ellos, con metas mediocres (su madre, estar guapa y alardear de las comodidades que su marido le proporciona; su padre, hacer crecer un negocio de venta de coches usados a base de estafar a sus clientes) y placeres vanos, como ver la televisión echen lo que echen, y eso les molesta y los aleja de ella irremisiblemente.
Pero Matilda, que a su corta edad ha aprendido sola a leer y ya ha devorado todos los libros que ha podido, no quiere permitir que el estilo de vida de su familia corte sus ansias de volar. Cada tarde, cuando su padre está en el trabajo y su madre en el bingo, deja que sus pequeñas piernecitas la encaminen a su templo, la biblioteca, donde puede sumergirse en tantas vidas y vivir en tantos universos como quiera.
– El señor Hemingway dice algunas cosas que no comprendo –dijo Matilda– Especialmente sobre hombres y mujeres. Pero, a pesar de eso, me ha encantado. La forma como cuenta las cosas hace que me sienta como si estuviera observando todo lo que pasa.
– Un buen escritor siempre te hace sentir de esa forma. –dijo la señora Phelps– Y no te preocupes de las cosas que no entiendas. Deja que te envuelvan las palabras, como la música.
Cuando empieza a ir al colegio, la vida insípida de su casa se amplía y Matilda empieza a experimentar la vida absurda y extravagante de un recinto que debería ser el lugar donde los niños aprenden y crecen pero es, sin embargo, una casa de locos en la que los niños se sienten aterrorizados ante la presencia y maldades de la estrambótica señorita Trunchbull, la directora. Una mujer enorme, fiera, cuya profesión no se debe a su amor por los pequeños sino a su terrible gusto por pisotear a los más débiles. Su carácter violento y vengativo es tan descomunal que dedica sus días a buscar excusas para hacer daño a los niños de la escuela, ya sea tirándolos por una ventana (literalmente) u obligándolos, por ejemplo, a comerse una inmensa tarta de chocolate aunque eso les suponga un horrible dolor de estómago… o incluso la muerte.
– ¿Cómo no le hacen nada? –le dijo Lavender a Matilda– Sin duda los niños se lo cuentan a sus padres en casa. Yo estoy segura de que mi padre armaría un escándalo si le dijera que la directora me ha agarrado por el pelo y me ha lanzado por encima de la cerca del patio.
– No, no lo haría –dijo Matilda– y te voy a decir por qué. Sencillamente, porque no te creería.
– Claro que me creería.
– No. –dijo Matilda– Y la razón está clara. Tu historia resultaría demasiado ridícula para creerla. Ése es el gran secreto de la Trunchbull.
– ¿Cuál? –preguntó Lavender.
– No hacer nunca nada a medias si quieres salirte con la tuya. Ser extravagante. Poner toda la carne en el asador. Estoy segura de que todo lo que hace es tan completamente disparatado que resulta increíble.
El único remanso de paz para Matilda es la existencia de la señorita Honey, la profesora de su clase, tan dulce como su nombre y especialmente atenta a las necesidades de sus alumnos. En cuanto conoce a esta niña excepcional sabe que debe ayudarla… por más difícil que se lo pongan. Han conectado a muchos niveles. Las dos se sienten solas. Las dos saben que pueden dar mucho más al mundo de lo que les están dejando demostrar. Las dos tienen secretos… y van a compartirlos. Porque la señorita Honey tiene un pasado turbulento… y Matilda está a punto de descubrir un poder increíble que se está cociendo en su interior.
Roald Dahl, el escritor infantil de historias tenebrosas y cargadas de mala leche, aborda en este libro la necesidad que todos tenemos de sentir confianza en nosotros mismos… y recibirla de los demás. La importancia de dar a los niños estímulos positivos y proporcionarles las herramientas para que liberen todo el potencial y las ganas de vivir que llevan dentro. Se les dé bien lo que se les dé bien. Quieran ser lo que quieran ser. Sean niños prodigio o constituyan, simplemente, el prodigio de ser niños.
Título: Matilda |
---|
|