Comentario a GLÜCK, Louise: El iris silvestre. Visor, Madrid, 2021.
[Este ensayo fue escrito, en su momento, para honrar la vida de la que considero una poeta norteamericana con esa voz mayor de quien puede enseñarnos a vivir. Sin embargo, este modesto homenaje llega tarde, ya que Louise Glück falleció el pasado 13 de octubre. Nos sorprendió a Daniel Arana y a mí esta triste noticia en la playa de Cambrils, precisamente después de una conversación en la cena sobre la poeta y sobre lo que podría significar aprender a vivir para Jacques Derrida, a punto de morir.De acuerdo con la cautela tan afín al filósofo, estas palabras, que recogemos ya tarde, se pueden leer como una suerte de carta perdida, como un mensaje atorado en el tiempo y en su negativo, como una lettre en souffrance o también como una lettre volée, una carta robada, ya que las cosas que importan rara vez llegan a su destino, sino que hacen de ese no llegar su singular destinación. Descanse en paz, ahora que parece haber vuelto al silencio, verdadero nacedero del agua inextinguible de su poema]
¿En qué consiste rezar? ¿Cómo se hace? Si Wittgenstein hubiese formulado estas preguntas, y tengo razones para pensar que no hizo sino formularlas con innumerables circunloquios, habría imaginado tribus extrañas, ínsulas perdidas y no resultarían más extravagantes que las ciudades invisibles con las que, según la fantasía ardiente de Italo Calvino, Micer Polo entretenía a un melancólico Kubla Khan. Pues de esta manera la plegaria parece forzar las costuras del lenguaje, poner a prueba sus posibilidades comunicativas no menos que sus callejones sin salida y sus paradojas. Y es que no sólo el emisor y el receptor parecen hacerse ininteligibles, sino que en un libro como El iris silvestre de Louise Glück, acaso la obra más alta de la Premio Nobel del año 2020, y uno de los poemarios más importantes del siglo pasado, son la emisión y la recepción mismas las que son llevadas al límite: «¿O acaso la cuestión fue siempre/ continuar sin ninguna señal?»[1]GLÜCK, Louise: El iris silvestre. Visor, Madrid, 2020, p. 65. Citado en adelante con el número de página entre paréntesis. La novedad es que Glück no ha arrastrado el silencio de Dios, como el corazón de la oración, hasta el desierto. Esa, la de una ausencia como manera radical de la presencia y la del silencio como la imponderable respuesta, es la poética de Edmond Jabès, quien tiene en común con Glück su origen judío, y por el que ella podría suscribir sin dificultad estas palabras de él: «La libertad que se me ha dejado para interrogar al judaísmo sin dejar de ser judío. Que yo sepa, esta libertad dada a los judíos es excepcional. No deja de obsesionarme. La obstinación judía también me fascina: obstinación por definir su identidad, por tratar incansablemente de circunscribir su comportamiento, por respetar un orden en las cosas mediante la pregunta, por comprender antes de juzgar, por preservar la apertura.»[2]JABÈS, Edmond: Del desierto al libro. Entrevista con Marcel Cohen. Trotta, Madrid, 2000, p. 83. Sin embargo Glück es herética, escindida, y no lleva su plegaria, su pregunta, al desierto, sino a un jardín. A uno pletórico de flores, que podría recordar a los mitológicos de Adonis, allá donde nace el perfume.[3]DETIENNE, Marcel: Los jardines de Adonis. Akal, Madrid, 1996. Pero sospecho que el jardín donde crece el iris silvestre tiene menos que ver con Eros que con las premisas del daño y de la muerte: «y en breve el verano llega a su fin.» No estamos hablando de los encantos de la belleza sino de una terca y angustiosa protesta. No es el jardín de Adonis sino el de Job.
Tomar a Job como un modelo es un riesgo que nadie mejor que un judío se puede permitir. Lo ha expresado Philippe Nemo con toda naturalidad, casi hasta convertir lo singular en universal, como un rasgo ya no identitario aunque sí identificable: «Ocurre como si, repitiendo al revés el gesto del ángel hacia Jacob, Job se adentrara, por su parte, en la ruta de Dios y Lo «buscara», como el violento que «busca» a su adversario a la salida del baile para zanjar definitivamente una vieja querella. Es cierto que este proceder de Job es ya, como pensamos haberlo mostrado, una respuesta a Dios, que lo «buscaba». (…) Para hablar, hay que contar con el interlocutor, tener confianza en él. Pero, al principio, nadie está seguro de nadie. Los hombres están solos. Dios no es más que una hipótesis. ¿Hablamos de un sueño? Job carece pues de garantía.»[4]NEMO, Philippe: Job y el exceso del mal. Caparrós, Madrid, 1995, pp. 122-123. Antonio Negri, que probablemente está a años luz de Nemo desde su materialismo concreto, coincide, sí, en comprender que la actitud de Job es un desafío. Puede que no el de forzar a Dios a ser Dios, sino con el objeto de dar con eso que llama una ontología creativa del dolor.[5]NEGRI, Antonio: Job: la fuerza del esclavo. Paidós, Barcelona, Buenos Aires, 2003. Que sea un poemario el libro de Glück o un solo poema dividido por acotaciones escénicas, es una cuestión abierta. Sin embargo, Camilla Bernasco, en un brillante análisis de El iris silvestre, compartido con el de Mary Oliver y Denise Levertov, que se titula y no por casualidad con el aparentemente contradictorio Un tacito conversare, muestra hasta qué punto nos las vemos con una interlocución compleja cuando no imposible, mucho más elaborada y también aporética, que la debida al no menos coral libro de Job: «Glück permanece en el interior de una visión tradicional y conservadora de la lírica como expresión de un yo, del que sin embargo revela su carácter no lineal. No sólo los poemas ponen en duda la existencia y la autonomía de la voz que los pronuncian, sino que como la existencia de los speakers singulares continuamente está en duda, también lo está su interacción. Las diversas personas resultan aisladas y confinadas en el interior de sus propios discursos, la posibilidad responsiva de las voces es acallada, y ellas no pueden irrumpir en el discurso ajeno, encerradas en un cambio de oposiciones y circular que niega la cualidad dialógica del dictado poético.» Así que, según la lectura de Binasco, en El iris silvestre la naturaleza dialógica del lenguaje es afirmada a cada momento, aunque también es arruinada, o puesta en entredicho con una negativa, su eficacia. Esto es, la presencia del otro caracteriza de manera pesada la palabra de cada intérprete, de tal manera que es un movimiento hacia la alteridad, ya sea bajo los trazos de la pregunta, de la invectiva, de la respuesta, de la admonición o de la plegaria, de la súplica desesperada o del tierno acuerdo. Tonalidades, dicho sea de paso, que encontramos también en el libro de Job y que autorizan el sentido de mi propia interpretación. Por lo demás Binasco proporciona un mapa muy útil para guiarse en esta volatilidad discursiva: «Contra la incertidumbre comunicativa, también el trabajo heurístico del lector da con índices retóricos, correspondencias temáticas y lingüísticas que construyen la interacción de un modo oblicuo y a nivel macro-textual. Pienso sobre todo en el papel de los títulos de los poemas, que permite la distinción entre los speakers -maitines y vísperas para la mujer, especies vegetales para el jardín; fenómenos naturales para dar voz a lo divino.»[6]BINASCO, Camilla: Un tacito conversare. Natura, etica e poesia in Mary Oliver, Denise Levertov e Louise Glück. Università degli Studi di Milano, Milano, 2020, pp. 116-117.
Esta identificación no se produce inmediatamente, ni tampoco de una vez por todas, pero los primeros Maitines ya nos sitúan en un contexto espiritual bien definido: «Padre inalcanzable, cuando por primera vez/fuimos expulsados del cielo, construiste/ una réplica, un lugar en cierto sentido/ diferente del cielo, / pues estaba / destinado a enseñar una lección (era por lo demás / exactamente igual: belleza a cada lado, belleza / sin alternativas) … Salvo / que no sabíamos cuál era la lección.» (p. 17). Maitines y vísperas son términos que nos conducen con Glück a la liturgia católica de las horas. Antes del amanecer y en el crepúsculo, porque todo chronos ya es chairós, tiempo propicio para alabar, o como en este caso, para interpelar a Dios. Sobre esa liturgia del tiempo, aunque ahora dispuesta desde una perspectiva politeísta y estética, recomendaría un libro bellísimo del arquitecto Álvaro Galmés Cerezo, dedicado a las variaciones de la luz del sol, a su fenomenología del color y a lo que escribe sobre los afectos humanos.[7]GALMÉS CEREZO, Álvaro: La luz del sol. Pre-Textos, Valencia, 2019. En este sentido pagano y gozador, Galmés parece muy alejado de ese marco religioso. Pero, en otro, y puesto que disecciona todas las horas (recordemos que la liturgia tradicional las distingue en grupos, señalando el gozne de las dos horas mayores, Laudes y Vísperas, que son las que contienen el Padrenuestro) digamos que es el tiempo todo el que resulta sacralizado a través del pulso de la luz. Glück posee un estilo mucho más grave para lo santo. Basta con leer El paraíso, de su libro Ararat para comprenderlo: «Como Adán, / fui la primogénita. / Creedme, nunca se sana, / nunca se olvida el dolor en el costado, /el lugar donde algo/ fue arrancado para hacer a otra persona.»[8]GLÜCK, Louise: Ararat. Visor, Madrid, 2021, p. 93. Mount Ararat es un cementerio judío de Nueva York. Es allí, en ese campo de piedras, en el que la poeta reconoce su vínculo, tan doloroso como inesquivable, con el judaísmo. En Noche fiel y virtuosa, cuyo título es en sí mismo un error, el trueque inmejorable de Knight por Night habla de una pintura, la suya, que hace mención de otro mundo, el de la Biblia: «He guiado a mi pueblo, decía, / hacia el desierto/ donde será purificado.»[9]GLÜCK, Louise: Noche fiel y virtuosa. Visor, Madrid, 2014, p. 139. Todo, hasta el título mismo, puede ser fruto de un malentendido: face-to- face with blankness, that / stepchild of the sublime. Aquí la traducción no puede pasar desapercibida. Andrés Catalán vierte como «hijo bastardo», acaso para enfatizar el pathos de una búsqueda romántica de lo sublime. Pero puede que Glück haya preferido «hijastro» justo para atenuar ese mismo pathos, esto es, para negarlo al mismo tiempo que lo nombra. Y es que toda su poética está circundada por el duelo, por la culpa y por una generosa sensibilidad para con la autodestrucción, por ejemplo con el recuerdo de su propia anorexia nerviosa en La desviación, un poema de Figura descendente: «Comienza calladamente/ en ciertas niñas: /el miedo a la muerte, en forma/ de vocación por el hambre, /porque el cuerpo de una mujer/ es una tumba.»[10]GLÜCK, Louise: Figura descendente. El triunfo de Aquiles. Visor, Madrid, 2021, p. 77. Acaso no puede decirse de manera más cruda, como si Glück estuviese perseguida por el espectro de otra poeta que dejó abierta la espita del gas no sin antes preparar el desayuno de sus hijos. A lo mejor ese Unreachable Father de los primeros maitines se parezca mucho a ese Daddy escarnecido por Sylvia Plath, a medio camino entre el amor más básico y la desesperación. Pero Glück, que no tiene que fingirse judía, a diferencia de Plath, intuye en Primogénita que Dios podría ser nazi, en cuanto que «el nacimiento y no la muerte es la verdadera derrota.»[11]GLÜCK, Louise: Primogénita. La casa en el marjal. Visor, Madrid, 2021, p. 91. En los sextos maitines, ella, que se ha prohibido cualquier otro exceso que no sea el de confrontarse con el Otro, nos trae, con su queja, la memoria de William Blake: «No haces esto/ en el jardín, no segregas/ a la rosa enferma.» (p. 67) Se la puede llamar, O Rose Thou Art Sick, o al menos en eso estriba lo romántico del romanticismo. En que se puede conversar con las flores. Pero lo que dice la grama es que «si adoras/ a un único dios, tan solo necesitas/ un único enemigo» (p. 59).
Y esto le sirve a Glück en Recetas invernales de la comunidad para recordar el mazoth in the desert, the bread of affliction. Porque así se prueba la fuerza, no la de un collective, término que tiene ya algo de insoportable disminución, sino la de un pueblo que, aunque innominado parte el mazoth, el pan ácimo: «El libro contiene/ solo recetas para el invierno, cuando la vida es dura. En/ primavera/ cualquiera es capaz de preparar un buen plato.»[12]GLÜCK, Louise: Recetas invernales de la comunidad. Visor, Madrid, 2021, p. 31. Pero se come poco en El iris silvestre, como hay que esperar a las primeras Vísperas, ya bien mediado el poemario, para que gocemos de algo parecido a una cornucopia de fruta y hortalizas. Mas ese instante más productivo es también el de la más lancinante experiencia de la falta, una que requeriría de otra vida para ser subsanada, como se sigue de esta especie de vía cosmológica tomista al revés: «Una vez creí en ti; planté una higuera. / Aquí, en Vermont, el país / sin verano. Era una prueba: si el árbol vivía / demostraría tu existencia. // Según esta lógica, no existes. O existes / exclusivamente en climas más cálidos, / en la ardiente Sicilia, en México y California, / donde se cultivan el inconcebible/ albaricoque y el frágil melocotón. Quizás/ vean tu rostro en Sicilia; aquí apenas alcanzamos/ a ver el dobladillo de tu manto. Tengo que hacer un/ esfuerzo/ para compartir con John y Noah la cosecha de tomates.» (p. 91) En estas Vísperas, que considero centrales no sólo en cuanto su situación en el libro, Glück realiza un espléndido ejercicio de compaginar cierta seriedad teológica y existencial con un aire más cotidiano y alegre. Pero con ella siempre hay que andar con tiento. Ya que en este hermoso poema la mención al dobladillo de tu manto (the hem of your garment) nos traslada a una de las escenas que más me gustan de la vida de Jesús, junto a la de la hemorroísa, porque son las de esos cruces, las de esos encuentros entre la multitud, en los que Jesús no sabe o no quiere o no puede renunciar a lo singular. Me refiero a la historia del recaudador de impuestos Zaqueo, que, al entrar Jesús en Jericó, se subió a un sicómoro para poder verlo, puesto que era muy bajo. (Lucas 19: 1-10). Aquí resplandece todo, con una mixtura bien sabrosa de sabiduría y de ternura: el juego o cambio de lo alto y de lo bajo pero también el rico simbolismo de la higuera, que nos remite hasta a las doloras por la salida de Israel y la travesía del desierto. Y lo mejor de todo es que en este poema asombroso se da idéntica mixtura, pues la última estrofa muestra una feliz esperanza de felicidad, aunque sea in some other world. Louise o Job, puesto que me he propuesto unir por un momento sus voces, no arrojan la toalla. No se bajan de la higuera hasta que sean, como Zaqueo, llamados.
Unir las voces, hacerlo por un momento ¿Con qué derecho? ¿No estaría yo forzando su inscripción judía, judía y cristiana, con una violencia similar a la de quien pretende su reinscripción romántica? En ambos casos, lo que se interpone es el problema del yo poético, que es como decir también el del tú del vocativo. Y esto es algo que había quedado pendiente en mi comentario, así que de alguna manera he estado haciendo trampa hasta ahora, intentando pisar poco, dando saltos, para que no me salpicase la cuestión pospuesta, demorada, como lo son, para la poeta, todas las epifanías. Para empezar Glück es una buenísima lectora de poesía. Lo demuestra sobradamente en su libro American Originality, que, pese al título, Essays on Poetry,[13]GLÜCK, Louise: American Originality. Essays on Poetry. Farrar, Strauss and Giroux, New York, 2017. sobre todo se trata de unos apuntes de lecturas atentas, y que me atrevo a asegurar que son más tiernos y benignos con los pequeños que con los grandes. Porque, aunque no suele ejercer, no al menos en este libro, hay que cuidarse con la ironía de la poeta, que puede resultar demoledora. Por ejemplo, cuando compara a Whitman con un niño que juega al Simon Says, y pide que le sigan. O cuando menciona la cáustica brillantez epigramática de Anne Carson. ¿De verdad he estado guardándome la última carta en la mano? No, es que Glück no lo pone fácil. No lo hace por ejemplo con el título. ¿Es sólo una lectura, aunque excelente? Ensayos sobre poesía es una advertencia cuando menos ambigua. Podríamos pensar, aunque sólo fuera en germen, en una poética. Por lo menos en una que, como sostengo, explicase la cautivadora extrañeza de este poemario. Aun con dificultad, creo que la mayor parte de esas indicaciones, residen, como en una suerte de pragmática de la escritura poética, en las dos primeras divisiones, que sólo aparecen enumeradas One, Two, sin ninguna otra aclaración. La tercera parte, se titula Three: Ten Introductions, que es lo más perecido, aunque no siempre, para decir la verdad, a esos apuntes de lectura de los que hablé antes. Mientras que la cuarta y última, sólo numerada de nuevo como Four, resulta difícil de clasificar, ya que oscila entre el aserto ético y el autoanálisis confesional. Pero esto, como es lógico, toca también a la poesía. Pues, por un lado, parece ser una llamada al reto que supone hacer una poesía orientada desde la felicidad, aun reconociendo que la desdicha es el terreno más natural para ella. La experiencia de la que se hace cargo es la de que «nada en el pasado puede ser cambiado o restaurado. Pero que el presente puede cambiar la manera en la que lo pensamos.» Este cambio, incluso, lo enfatiza a partir de la mutación del valor que supuso para ella la lectura de Cumbres borrascosas de Emily Brontë. Este contraste entre la visión panorámica de lo vivido y la vivencia singular registrada poéticamente no nos viene de nuevo. Recuerda mucho al cambio de mundo -de sus límites y por lo tanto de su valor- del que habla Wittgenstein, quien en la última hora rogaba que se dijese a todos que había sido muy dichoso, a pesar de que tenemos noticia de muchas y profundas desdichas en su vida. Desde esa reconciliación se puede leer de otra manera la dureza de la escritura de Glück, singularmente en El iris silvestre, y con la herencia espiritual judía y cristiana, en general. Sí, este libro es un manual de oración, constituye su propia liturgia de horas u oficio divino, aunque lo haga en el ápice del presente, esto es, de un tiempo en el que Dios mismo parece haberse dado a la fuga.
El primero de los ensayos, American Narcissism, creo que es el fundamental, aunque de nuevo el título es una especie de enmascaramiento de su contenido. Es verdad que se refiera a importantes poetas americanos, como Walt Whitman, William Carlos Williams, T.S. Eliot o Emily Dickinson, pero no lo es menos que, a la hora de formular una suerte de identidad, de yo poético esquivo y flotante, la referencia es sobre todo Rainer Maria Rilke. Dice nuestra escritora que Rilke, igual que Narciso, ama y guarda luto al mismo tiempo. Afirma que hay una suerte de estética femenina rilkeana, en la que el desapego de la percepción está invadido por completo por el yo. Pero ese yo, el de Rilke no menos que el que titila en esta coralidad evanescente de El iris silvestre, no es el sujeto del enunciado, no al menos sin equívocos o llamativas zonas de blanco, sino el sujeto de la enunciación, a vez dictado y dictador. Sin otra consistencia ontológica que sus variaciones performativas a lo largo del poemario. Es en este sentido en el que dice que la vocación de Rilke por el duelo es un gesto tonal, más que una respuesta humana inmediata. Pero hay que retornar a la seriedad con la que Heidegger, alumbrado por su propia lectura de Hölderlin, afronta el problema del Ton (tono) o el Gemüth (ánimo), puesto que no se trata de la Gemüth que tenemos sino de la que somos. No hay nada de psicología por lo tanto aquí. La conclusión de Glück, que excede cualquier localismo, es que «la nuestra es una poesía en la que el narcisismo adquiere su más terrible definición: no es una extensión del yo sino su sustitución.»[14]Ob.cit. p. 22. El segundo ensayo, titulado enigmáticamente como Ersatz Thought, pensamiento sustituto, sucedáneo, ofrece la otra clave de su poética, la sintáctica, cuyo efecto es el de una velocidad casi hipnótica. Aquí lo que estudia son los modos de lo incompleto, del non sequitur, de la conclusión siempre diferida o de la digresión como una forma de vida. En este caso el maestro absoluto es para ella John Ashbery, pero no le anda a la zaga en absoluto la misma Louise Glück.
A estas alturas me temo que no sé cómo habría de acabar esta invitación. Esa que nos ha repetido varias veces, incluso por la boca de Dios, que hemos de tomar muy en serio nuestro lenguaje. Lo hace por ejemplo en Lullaby, en esa canción de cuna que está casi al final y que si no la sitúa en el final mismo es para evitar la pesada afección de la completitud. Aprendemos de la ruah, del espíritu pasado de boca a boca, soplado en el barro de una lejana mañana: «Escucha mi respiración, tu propia respiración/ es como las luciérnagas, cada pequeña bocanada/ un destello en el que aparece el mundo.» Y es aquí, desde aquí mismo, que se produce el giro, la inversión. Podemos decir, con Wittgenstein no menos que con Glück, que hay un mundo para los felices y otro para los desdichados. Porque: «Debes aprender a amarme. Los seres humanos deben/ aprender a amar/ la oscuridad y el silencio.» (p. 141). Lean a esta poeta maravillosa, háganlo si están cansados de su fe, pero también si su increencia ya les resulta demasiado gravosa.
Título: El iris silvestre |
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Referencias
↑1 | GLÜCK, Louise: El iris silvestre. Visor, Madrid, 2020, p. 65. Citado en adelante con el número de página entre paréntesis. |
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↑2 | JABÈS, Edmond: Del desierto al libro. Entrevista con Marcel Cohen. Trotta, Madrid, 2000, p. 83. |
↑3 | DETIENNE, Marcel: Los jardines de Adonis. Akal, Madrid, 1996. |
↑4 | NEMO, Philippe: Job y el exceso del mal. Caparrós, Madrid, 1995, pp. 122-123. |
↑5 | NEGRI, Antonio: Job: la fuerza del esclavo. Paidós, Barcelona, Buenos Aires, 2003. |
↑6 | BINASCO, Camilla: Un tacito conversare. Natura, etica e poesia in Mary Oliver, Denise Levertov e Louise Glück. Università degli Studi di Milano, Milano, 2020, pp. 116-117. |
↑7 | GALMÉS CEREZO, Álvaro: La luz del sol. Pre-Textos, Valencia, 2019. |
↑8 | GLÜCK, Louise: Ararat. Visor, Madrid, 2021, p. 93. |
↑9 | GLÜCK, Louise: Noche fiel y virtuosa. Visor, Madrid, 2014, p. 139. |
↑10 | GLÜCK, Louise: Figura descendente. El triunfo de Aquiles. Visor, Madrid, 2021, p. 77. |
↑11 | GLÜCK, Louise: Primogénita. La casa en el marjal. Visor, Madrid, 2021, p. 91. |
↑12 | GLÜCK, Louise: Recetas invernales de la comunidad. Visor, Madrid, 2021, p. 31. |
↑13 | GLÜCK, Louise: American Originality. Essays on Poetry. Farrar, Strauss and Giroux, New York, 2017. |
↑14 | Ob.cit. p. 22. |