El más complaciente es el clásico de toda la vida, el que lo hace por amor, y que abunda sobre todo en otoño. Pero también satisface el acuciado por las deudas, que prolifera en cualquier época del año. Lo mismo que el adorable artista fracasado. O el solitario sin más, tan propio del invierno. Tampoco dejan de interesar, más típicos de la primavera, los motivados por algún chantaje. Ya sea sexual, financiero o criminal.
Es fácil imaginarlos a todos ellos, haga calor o frío, transitando con niebla, helados y cabizbajos, por ese túnel sin luz al fondo, sin una puerta lateral de emergencia por la que escapar. Hasta que llegan tiritando a la única y fatal decisión de fugarse por las venas. De creer hallar una salida con gas. De intentar liberarse mediante una soga, un disparo, un balcón. Empeñarse en huir con pastillas, con trenes o tranvías. Y en el último instante, al descubrirlos dudando, antes de que logren arrepentirse del todo, asomar por detrás y susurrarles al oído: te aliviará.