No es muy habitual que una parte importante del patio de butacas se levante y se marche antes de aplaudir, más con el anuncio de una obra sobre los años 60 adaptada por José María Pou y con Emma Suárez, Maribel Verdú o Luis Merlo entre el elenco de actores. Aunque en ocasiones las expectativas son malas compañeras, hay otras veces que no te salva ni ir a ciegas.
Los hijos de Kennedy se construye escénicamente a partir de la superposición de cinco monólogos a cargo de cinco personajes que retratan los tópicos de una época. Un sobreviviente a la Guerra de Vietnam, una sobreviviente al movimiento hippie, un actor underground, una funcionaria de la alta sociedad y una aspirante a sucesora de Marilyn sentados en un bar de Nueva York el 14 de febrero de 1974 unidos tan solo por el alcohol, por la nostalgia del pasado, por la constatación del fracaso. No hay nada más cruel que tocar con tus propias manos el fracaso: sabe a Bourbon.
La espectacular pantalla por la que corren las imágenes del asesinato de Kennedy, los versos de Bob Dylan, los mechones rubios de Marilyn y el sonido estridente de los tiros, leitmotiv a lo largo de las dos horas de representación no salvó una actuación discreta de alguno de los protagonistas que nos privó del final de la obra: solo la escucharon los actores en el escenario.
La época da mucho juego, con sus tópicos, sus mitos y sus tragedias, para su modulación teatral. Sin embargo nos faltó un poco de emoción, algún momento de catarsis que esperábamos pero que la desconexión de los monólogos impidió. Un hombre o una mujer solos ante el peligro requiere una actuación brillante y solo Luis Merlo estuvo soberbio, pena que su personaje fuera el menos interesante de los cinco y su historia banal e huidiza.
Lo mejor de la noche fue la cena, por tanto, y mira que los sesenta me ponen. Me quedo con el intento de reflejar la crisis de la madurez, la crisis ante la pérdida de los mitos de la juventud y la celebración de la nostalgia. Todo lo que se soñaba, como en la canción, se cubrió de telarañas. Esa es, amigos, la estética del fracaso.
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