INFANCIA.
(Del lat. infantĭa).
- Período de la vida humana desde que se nace hasta la pubertad.
- Conjunto de los niños de tal edad.
- Reino de la bestia y la pureza.
Esto es lo que aparece en la primera página del nuevo cuadernito de la joven Dara Scully, una artista polifacética a la que descubrí hace mucho tiempo —o eso me parece, qué rápido pasa el tiempo para nosotras, qué lejos nos queda todo—, cuando yo vivía en un cuarto lleno de esferas de colores y mis amigos eran un niño y una gata que nadie sabía que era una gata, y hablábamos con la lluvia y salíamos a corretear descalzos sobre la tierra mojada. Dara y yo nos leíamos las dulzuras, nos enviábamos mensajes secretos. La admiraba tanto que, me hacía soñar tanto que. Recuerdo bien sus fotografías cabalgando elefantes, abriendo su pecho-jaula para dejar que se la llevase el viento frío del invierno.
Ahora, mucho tiempo —creo, como dije— después, Dara sigue siendo niña, sigue habitando un bosque en el que la ternura está también hecha de carne y de barro rojo, uno en el que puede ser una bestia y dormir dentro de los árboles. Y seguimos enviándonos mensajes secretos. Ahora también nos mandamos de los otros, de los que se ven en las librerías, de los que llegan meses más tarde en forma de postal en el buzón. Mensajes que hablan de compartir proyectos preciosos e insoportablemente delicados, preciosos e insoportablemente abrasivos, como ella. Por supuesto, respondo que sí. Porque a Dara Scully, el resto de las mujeres que aparecen en este trabajo lo saben bien, sólo se le puede decir que sí.
Dientes de leche recoge las fotografías de Dara y los textos de veinte niñas a las que preguntaron por la infancia y que curiosamente escribieron sobre la sombra, que piensan «yo también necesito que alguien venga a decirme / que la piel de mi brazo está curada / que ya no hay cicatriz ni siquiera rasguño / leve temblor del daño / que no hay nada / que ha pasado el peligro / por ahora», pero que saben que el peligro no pasa y que han aprendido a defenderse no del bosque, en el bosque; que eran niñas blancas pero, como dice Myriam Seda, son ahora carnívoras. Niñas que dicen «teóricamente ya no debería / estar aquí» pero están y crecen y arañan las ramas con sus pieles pálidas al hacerlo.
De modo que las niñas son las salvajes y así son llamadas. De modo que la infancia es la tercera acepción, la inventada, más que ninguna otra. Lo puro pero también la bestia. El blanco pero también la mancha, como ocurre en el blanco y negro de las fotografías de Dara o en los veinte textos que son como veinte dientes clavados. No puedo sino recomendaros que os dejéis morder por ellos. Por el momento, podéis disfrutarlos online, pero estad atentos: se rumorea que habrá versión en papel.