Nunca falta una rosa en la mesita de noche de esa mujer. La razón es lo de menos: aniversarios, muestras de amor o regalos sorpresa hacen posible que la flor siempre tenga reemplazo. Un día el hombre le compra una rosa que no se marchita. Es hermosa y colorida, pero ella extraña las otras, las que la hacían estar pendiente cada día hasta que se secaba el último pétalo. Al mismo tiempo, no quiere que le regale más, pues no soportaría ver como se estropean al lado de una rosa eterna. El amor de alguien que quiere y no quiere que le regalen rosas es un amor imposible. El hombre ya no compra flores. Deja de hacer muchas cosas y se abandona a la melancolía. Pasa los días sin ser nadie, malgastando su existencia, incapaz de entender que, como ocurre con las rosas, lo que le da valor a la vida es saber que con el tiempo se nos marchita.
