Es así como si un millón de hormiguitas te estuvieran caminando por la tripa. Sientes un chute de adrenalina que te recorre todo el cuerpo, como cuando estás en una montaña rusa y ves que se acerca una bajada inminente. Tu cuerpo sufre un corto circuito. Necesitas soltarlo. Notas que tu pulso se acelera y que la sangre corre a más velocidad por tus venas. Ves que a ellas les está ocurriendo lo mismo y entonces, no puedes parar. A María se le está saliendo el Colacao por la nariz y a Cris le corren torrentes de lágrimas por el rostro. Lágrimas de las buenas, de las que vienen acompañadas de un estallido de fuegos artificiales por dentro.
Y se para el tiempo.
Da igual que esta mañana se te haya quemado el pollo y hayas terminado comiendo la pizza de ayer recalentada. Da igual que hayas dormido tres horas. Da igual que no te hayan cogido en la última entrevista. Da igual que el mundo se esté pudriendo en su propia podredumbre. Son solo unos segundos. Luego las hormiguitas se van, tu cuerpo se relaja y tus eritrocitos conducen a una velocidad moderada.
Y ya está.
Os miráis y llega ese momento de silencio pactado en el que pensáis lo afortunadas que sois de teneros. Porque aunque todo se esté derrumbando, aunque cada vez te dé más miedo encender la televisión, abrir un periódico o sintonizar el aparatito que tienes encima de la nevera; aunque todo te salga al revés y los días amanezcan grises, siempre habrá un motivo para explotar de felicidad con ellas.
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[…] Es así como si un millón de hormiguitas te estuvieran caminando por la tripa. Sientes un chute de adrenalina que te recorre todo el cuerpo, como cuando estás en una montaña rusa y ves que se acerca una bajada inminente. Tu cuerpo sufre un corto circuito. Necesitas soltarlo. Puedes seguir leyéndolo en Amanece Metrópolis, aquí. […]