Tras convencerse de que su estatus de estrella no duraría eternamente, John Wayne decidió, pasados los cuarenta años, crear su propia compañía cinematográfica y así, en 1952 fundaba, junto al productor Robert Fellows, la Wayne/Fellows Productions que más tarde, tras la salida de Fellows, pasaría a llamarse Batjac. El actor había establecido la compañía tanto para producir sus propios vehículos estelares como los no interpretados por él. Así las cosas, Wayne se estrenaba en la dirección con El Álamo (1960), una epopeya masiva de doce millones de dólares sobre los acontecimientos que condujeron hasta la Batalla del Álamo, y la sangrienta escaramuza que resultó de ellos. A saber: en el siglo XIX, las proximidades de San Antonio serán el escenario de diversas refriegas entre los independentistas tejanos y el ejército regular mexicano. Los guerrilleros luchan por su independencia, frente a la tendencia del Presidente de la nación, el general Santa Ana, a mantener intacto el territorio de su país.
Verídica en parte, ficticia en otras, quizás pueda importunar al avezado espectador en algunos acontecimientos que están reorganizados o sumamente dramatizados. Nada de esto, empero, la hace flaquear en su innegable resolución final, aunque recomiendo, eso sí, la versión íntegra de doscientos minutos, que fue cortada unas semanas después de su lanzamiento, y se creía perdida hasta que en 1980, un fan canadiense de la película, Bob Bryden, descubrió en Toronto lo que creyó identificar -y así fue- como el montaje original.[1]Esto ha motivado su desaparición y la edición en DVD de la película cortada (media hora menos de metraje), aunque está disponible en VHS con esas partes subtituladas y en un bootleg masterizado del laserdisc y sólo en inglés Quince años transcurren desde la elaboración del proyecto hasta el comienzo de la filmación en septiembre de 1959, durando ochenta y tres días hasta diciembre. Wayne hizo un trabajo impresionante, asesorado quizás por un John Ford que se dejaba caer en el rodaje de cuando en cuando, y más si tenemos en cuenta que se trataba del primer trabajo tras la cámara del célebre actor americano.
Como la misma Texas, todo es ingente en esta obra maestra. El escenario principal, diseñado por Chatto Rodriquez, es meticuloso de arriba abajo en la mayor parte de los detalles. El asalto final sobre el fuerte dura aproximadamente un cuarto de hora, milimetrado con una tensión tanto más creciente cuanto más se acercan las fuerzas mexicanas. Para una producción de 1960, la batalla de improviso se torna violentísima, repleta de hombres pisoteados por caballos, en llamas o empalados sobre espadas y bayonetas. La fotografía de William H. Clothier captura, con precisión de cirujano, estos últimos momentos desde cualquier ángulo imaginable. Y así que la batalla alcanza su ápice y el número de héroes disminuye, la pantalla se llena de más violencia, mientras los soldados mexicanos logran finalmente invadir el Álamo. Como si la muerte de ídolos como Crockett o Bowie sirviese para potenciar la violencia venidera. La música de Dimitri Tiomkin se eleva de forma inconmensurable por todas partes, alcanzando su crescendo con los dos últimos actos de coraje que acaban en brutal estallido de terror.
Por su parte, el -inevitable, tratándose de Wayne- puñado de discursos patrióticos que impregnan la película nos muestra a un grupo de hombres (capitaneados por John Wayne, Richard Widmark, Laurence Harvey y Richard Boone) tratando de salvar los pocos grados de libertad alcanzada, frente al despotismo enmarcado en el general Santa Anna y su ejército: «República. Me gusta el sonido de la palabra. Significa que la gente puede vivir y hablar libremente. Ir o venir, comprar o vender, estar ebrios o sobrios, lo que ellos elijan. Algunas palabras nos hacen sentir así. República es una de esas palabras que me crean un nudo en la garganta. El mismo nudo que cuando nuestro bebé da su primer paso o nuestro primogénito se afeita y hace su primer sonido como hombre. Algunas palabras nos hacen sentir calidez en el corazón. República es una de esas palabras».
Nadie podría pues dudar de la enorme carga de nacionalismo con que se almizcla El Álamo, en su defensa del concepto individualista del «uno contra todos». Esta pequeña tropa de curtidos guerreros sabe que la muerte les espera, y sin embargo prefieren resistir que salvarse a cambio de nada. Si bien desató las críticas de cierto sector de la izquierda política, eternos diletantes en su loable defensa de los más desfavorecidos (siempre que no se tratase, claro está, del mundo comunista, donde nadie sufría miseria ni represión), el respeto y la admiración entre hombres que se extrae del inmenso guión de James Edward Grant está perfectamente proyectada en las imágenes y los diálogos de la película que nos ocupa. Sirvan como ejemplo los propios mexicanos, que no son en absoluto percibidos como animales sanguinarios –cosa que sí haría, por ejemplo, el muy liberal Peckinpah con su The Wild Bunch (Grupo Salvaje, 1969). Nadie cuestiona que, desde un maniqueo punto de vista, típicamente western, Santa Anna y su ejército sean el enemigo, pero les son otorgadas algunas cualidades nobles, y desde luego, los defensores de El Álamo jamás dudan de su bravura y su sentido de la lucha, como así puede desprenderse de algunos de los diálogos compartidos.
Las mujeres también son consideradas, excepcionalmente en este prototípico paisaje masculino, como fuertes, dotando a algunos personajes de tanto estoicismo y obstinación como los mismos hombres. A Jethro, el esclavo negro de Jim Bowie (Widmark), se le otorga la libertad justo antes del ataque final. Bowie le dice que no hay ninguna necesidad de quedarse y morir pero, en una muestra de lealtad y respeto, Jethro decide quedarse en la fortaleza y luchar junto a Crockett, Bowie, y el resto. El Álamo supone un punto de inflexión en cuanto al trato humanista de camadería que no entiende de raza, frontera o sexo.
Sin duda alguna, el otro gran plato fuerte de la función es el reparto. Allí, Laurence Harvey es quizás el más impresionante de los tres personajes principales, por encima incluso de Wayne. Su Coronel Travis resulta tan especial como si alguna vez Shakespeare hubiera retratado a un comandante militar norteamericano. Un personaje complejo, íntegro y valeroso, que rezuma vivificante frescura. Travis sigue la cadena de mando, como es de esperar, pero su actitud resulta uno de los más memorables aspectos del filme.
Un noble Richard Widmark interpreta al mítico Jim Bowie, amante del alcohol y diestro en la estrategia de batalla. Y, por supuesto, el gran hombre, el Duque. John Wayne como el tirador de Tennessee, ataviado con gorro de piel de mapache, Davy Crockett. Quizás sea el más equilibrado de los personajes, un hombre culto a pesar del camino seguido, que consigue la debida paz entre Travis y Bowie. Su muerte resulta un momento de choque, con su último acto de heroísmo.
Finalmente, y pese a la fundamental caterva de figuras masculinas, tiempo quedará para el romance, o al menos para su insinuación. En particular, se trata de la atracción entre Wayne y la elegante y bellísima Graciela (interpretada por Linda Cristal), cuyas escenas compartidas están rodadas y empañadas de galanura, incluso si –como creo percibir- no hay demasiada química entre ella y Wayne. Cuando ella desaparece de la función a la hora de metraje, sabemos que no habrá ninguna relación duradera ni posible entre Crockett y esta dama hispana.
Nominada a siete premios de la Academia (incluyendo Mejor Película) y ganadora del Oscar al Mejor Sonido, esta epopeya pintoresca e imponente de pioneros en busca de la libertad frente a la opresión y la tiranía, resplandece con luminosidad propia, haciendo alarde, además, de un sentido del humor muy particular. Es verdad que, a partir de 1964, los europeos han podido tratar de dar un giro al western norteamericano, pero jamás habrán conseguido reproducir la magnificencia a todas luces de ejemplos de cine con mayúsculas como este.
Para los historiadores, críticos y espectadores del Cine, resulta casi deber moral recordar una joya absoluta como El Álamo (1960).
Ficha técnica
Referencias
↑1 | Esto ha motivado su desaparición y la edición en DVD de la película cortada (media hora menos de metraje), aunque está disponible en VHS con esas partes subtituladas y en un bootleg masterizado del laserdisc y sólo en inglés |
---|