Llovía a cántaros y detrás de la ventana el aire acunaba los árboles. El tiempo estaba muy desapacible para salir a la calle, y dentro la temperatura era muy acogedora. Era de esos días que el interior de la casa era de colores y que fuera el gris estaba presente.
Nada de quedarse en la cama, apetecía moverse y ver, aunque fuera desde dentro la casa lo que había fuera para valorar ese interior, y por ello se arrimaba a la ventana. Se ponía de puntillas y sus manitas llegaban al borde del cristal, que estaba un poco frío, pero no llegaba a ver nada más estando tan cerca; con su pequeña estatura solo veía en la distancia.
Retrocedió y fue a echar mano de una pequeña banqueta de su habitación pero vio una pequeña silla de colorines que le atrajo mucho más, y se decantó por ella. Tenía unas nubes dibujadas, el cielo era el fondo, nada que ver con lo que había fuera, y el contraste le atrajo. Iba a subirse a ese altillo para ver la inmensidad de fuera en otros tonos, en otras formas, porque además era de día y seguro que el cielo estaba totalmente cubierto dejando el aire húmedo en el ambiente, la lluvia, no eran nubes de algodones como pintó en su día con su hermana en esa silla.
Llevó la silla al lado de la ventana y subió. Ahora su pequeño hocico estaba tocando el cristal, frio, de esa ventana que era como estar viendo otro mundo, ese paralelo y dispar al que tenía dentro. Fuera grises, dentro colores pintados.