Al acabar de tender la colada, ella queda aquí; su marido, al otro lado fumando al sol. Entonces se lanza.
—Rolando, ya no te quiero. No digas nada, espera que termine. He ido desamándote poco a poco. Y hoy he acabado del todo. No sé qué pensarás, tampoco me importa. Ni con qué cara estarás mirando esta sábana que me oculta, pero así no te tengo miedo, hijo de puta.
Rolando se levanta con toda la rabia concentrada en los ojos, en los músculos y la boca. Arranca la tela del tendedero y asombrado, sobrecogido, descubre que detrás ya no hay nadie.