Quién sabe si era roja, verde o amarilla, que en eso no han reparado los cronistas. Nos basta con saber que Eva arrancó la fruta del Árbol Prohibido, que comió de ella y que la ofreció a su compañero. Adán, como suele sucederle a un gran número de sus descendientes masculinos, no sintió apetencia por el sano alimento. Lo partió con sus manos y, lamiendo el jugo que le escurría por las muñecas, pensó que no sería mala idea fermentarlo. La mujer comentó que el gusano que se agitaba inquieto en la pulpa sería un bocado sabroso con la guarnición de fibra vegetal. Nuestros primeros padres se miraron a los ojos, vieron que se complementaban como dos mitades perfectas y, tras alejar de una patada a la serpiente, descubrieron que habían construido su propio Paraíso.