Si hay que agradecer algo al National Theatre en esta temporada que ya está tocando a su fin es la producción de La Ópera de los Tres Centavos, una de las grandes obras de Bertolt Brecht. Esta nueva producción británica dirigida por Rufus Norris está protagonizada por Rory Kinnear como Mackie el Navaja, el cual consiguió fascinar con su personaje de la criatura de Frankestein en la reivindicable Penny Dreadful.
Para empezar, debemos dejar claro que estamos ante un espectáculo descaradamente inglés, basado en una completa fidelidad al texto. Esto puede ser positivo a la hora de recibir la palabra, pero a su vez, puede resultar incoherente ya que el texto contiene una fuerte crítica marxista contra el mundo capitalista. No nos separa mucho desde que la producción original se estrenara en el mes de agosto de 1928 en la capital alemana, pero actualmente que ya vivimos dentro de este tipo sistema, la lucha del marxismo contra el capitalismo resulta una mera anécdota en la que se apoya la acción.
El argumento original de la obra nos transporta al Londres de la Reina Victoria, donde Mackie el Navaja, un personaje cuyos códigos morales resultan todavía algo estridentes, decide casarse con Polly, hija del jefe de los mendigos, a los que tiene completamente controlados y subyugados. Evidentemente, este personaje no acepta el matrimonio de su hija, por lo que mueve hilos en las autoridades para que Mackie sea condenado a muerte. Pero, ya en el final de la obra, justo cuando va a ser ahorcado, un encargado de la Reina aparece para perdonarle la vida y ofrecerle, además, un buen cargo. Sin embargo, esto dista mucho de ser un final feliz, ya que durante toda la narración se han ido colocando los efectos de distanciamiento por parte del autor, siendo uno de los principales la figura del Narrador personaje, que comenta cada una de las acciones sin tomar parte de ellos, y además, canta la canción principal La Balada de Mackie el Navaja, aquella que dice:
Si el diablo tiene cuernos / la serpiente cascabel / Mackie tiene una navaja / pero nadie la puede ver.
No olvidemos que el Teatro épico busca este distanciamiento para no involucrar emocionalmente al espectador, pues se busca despertar en él un espíritu crítico respecto a la sociedad y al momento en el que le ha tocado vivir. A su vez, va acompañado de la sensación de presenciar un espectáculo como tal con todos los elementos teatrales necesarios. En pocas palabras, no se busca la ilusión, y podemos decir que esto el National Theatre lo consigue.
La escenografía consistía en un espacio circular en movimiento cuyas estructuras de madera iban creando, mediante un sistema de poleas, cada uno de los cuadros, alejándose así de la sutileza casi abstracta del estreno original. Lo interesante del espacio era las infinitas posibilidades que ofrecía para poder llegar a la esencia del planteamiento teórico de Brecht, pero las interpretaciones de los actores finalmente resultaron ser demasiado inglesas. Con esto último me refiero a que no se llegó a ofrecer lo que Brecht pretendía. Los actores deben buscar el gestus, aquello que no les permita identificarse con su personaje, mostrar las posibilidades de su decisión respecto a la acción tomada y dejar visible la otra opción no resuelta. Aunque los actores estuvieron bastante correctos, esto no llegó a materializarse del todo. Pero esto no llega a ser algo negativo dentro de la puesta en escena, podemos aceptar perfectamente que no se deje llevar por ciertos principios teóricos. Estamos ante un espectáculo que funciona y que permite el fácil acceso a todas aquellas personas ajenas a estos conceptos.
Otro de los grandes efectos de distanciamiento es la música. La gran composición musical de Kurt Weill es magnífica, basada en un ritmo sincopado construído a partir de una sucesión de notas a contratiempo, muy cercano al jazz. No en vano podemos afirmar que algunos musicales principales de Broadway vienen de aquí.
Pero, quizá, lo interesante es, una vez apagado el escenario, hacerse esta pregunta: ¿por qué hacer un espectáculo de Bertolt Brecht? ¿Y por qué esta obra en particular?… Y la respuesta nos la ofrece la gran Lotte Lenya:
La ópera de los tres centavos seguirá vigente durante mucho tiempo porque trata acerca de la corrupción y la pobreza. La corrupción, sabemos, tiene un gran futuro y, el Señor sabe, ¡vaya un pasado!.