La noticia la dejó sin dormir, todos sus pensamientos eran pura ilusión. Al día siguiente tendría una sorpresa, y no tenía ni idea de lo que iba acontecer. La pequeña pensaba y pensaba, rememoraba otras situaciones parecidas y cuál había sido su desenlace, pero no se imaginaba que iba a ser.
Era sábado, se levantó con la mayor de sus sonrisas, la habitual en una niña de cinco años. Esperando lo inesperado, se vistió y salió a la calle en una fría mañana de diciembre. Abrigo rojo, bufanda, guantes y gorro blancos tejidos por su abuela.
Toda la familia cogió el metro camino del centro de la ciudad. Había mucho movimiento, eran días previos a la Navidad y eso se notaba, aunque ella no fuera consciente, pues solo pensaba en su pronta sorpresa.
De repente se vio en el lugar de trabajo de su padre y en cierta forma todo se le desvaneció, su mayor recuerdo de ese lugar eran meriendas de tortitas con nata, y aunque le encantaban, ya no era novedad. Un compañero de su padre, que ya conocía, se llevó a su hermano y a ella de la mano, subieron a una planta superior, de fondo se oía un ruido continuo como de una máquina y una halo de luz, y cuando llegó a una pequeña sala, vio un gran proyector con una pequeña ventana desde donde se veían las butacas de un cine y de fondo una gran pantalla.
La sentaron en un silla cerca de la ventana, sus ojos alcanzaban todos los rincones de la sala, ni pestañeaban. A los pocos minutos y a oscuras, disfrutó en silencio de imágenes y sonido que le abrieron la puerta al mundo de la imaginación. Para la pequeña fue la mayor de las sorpresas y la ilusión que hoy en día, sigue vigente en su vida.