La dama blanca se estremeció en el tablero de ajedrez, sintió la cercanía de la dama negra mientras el resto de las piezas se retiraba para dejar el espacio central para ellos. Parecía un salón de baile donde la química de los polos opuestos se palpaba en el ambiente, las notas coloridas florecían y se fusionaron mucho más allá del gris.
Ambos conocieron la felicidad, se movían libremente, pero las reinas en la lejanía vigilaban cada movimiento. Eso incomodaba su libertad, que se veía sometida a la esclavitud de las miradas. La dama negra a la vuelta a su reino siempre recibía reproches, pero nunca se lo contaba a su amada.
Un día la dama blanca le dijo a la dama negra: «¿podríamos buscar otro refugio? Parece que a nuestras reinas no les gusta lo nuestro». La cara de su dama negra se tornó sorpresa pero con alegría, contestando a su dama: «Estupendo busquemos un futuro lejos, mañana a las 9 comenzará nuestra vida».
La dama blanca no durmió. Toda la velada soñando despierta, esperando los primeros rayos de sol. Llegó pronto, ansiando lo prometido y tomó su casilla de salida, justo al borde, donde esperaba a su futuro. Pasó una hora más y las siguientes, siendo más blanca que nunca, palideciendo por momentos. A lo lejos solo avistaba ambos castillos sin movimiento. Su corazón le habló y ella simplemente saltó.