Publicada en plena época victoriana, Jane Eyre (1847) de Charlotte Brönte se ha convertido en una de esas novelas imprescindibles para entender una etapa histórica de Inglaterra. En la traducción de Carmen Martín Gaite, esta Jane Eyre se nos presenta no sólo como la institutriz que se enamora del señor Rochester, sino como la chica apasionada que se enfrenta al prejuicio de ser nada más que otro ángel del hogar.
Jane Eyre es una huérfana que vive con su tía política, la señora Reed, y sus tres primos. Tanto su tía como sus primos la tratan con desprecio. La señora Reed decide llevarla a Lowood, una institución para huérfanas que se caracteriza por su extrema austeridad y rigidez. Pero Jane se antepone a las adversidades. Tras varios años como alumna, consigue un puesto de maestra. Después que su profesora, la señorita Temple, deje Lowood tras casarse, Jane decide marcharse de la institución y trabajar como institutriz de Adèle, la hijastra del señor Edward Rochester en Thornfield.
Allí, en casa del señor Rochester, se sentirá querida y apreciada tanto por el ama de llaves, la señora Fairfax, como por Adèle y el señor Rochester. La relación entre Jane y Edward se irá estrechando hasta que éste le pide matrimonio. Este enlace no se consumará, por lo que Jane decidirá partir y dejar Thornfield.
Así llegará a Morton, donde además de conocer a sus futuros primos por parte de madre (de los que se enterará más tarde) trabajará como profesora de una escuela. Cuando su tío de Madeira muere, le deja una herencia cuantiosa y ésta la reparte entre su tres primos. Por una vez en la vida, Jane Eyre es libre. Sin embargo, su primo St. John le propone matrimonio por conveniencia para convertirla en misionera. Pero Jane no está dispuesta a echar a perder su vida. Y además todavía está enamorada del señor Rochester.
Finalmente, y aunque seguramente de una forma un tanto precipitada por parte de Brönte, Jane vuelve a reencontrarse con Edward, a quien los infortunios de la vida le han dejado medio ciego y manco. A pesar de ello, Jane y Edward se casan y forman una familia. Un final un tanto insulso si lo comparamos con el resto de la novela.
El ángel del hogar
Si Charlotte Brönte escogió para su título el nombre de su protagonista no fue porque sí. Jane Eyre es pura pasión, contradicción, rebeldía, pero también pasividad en algunos momentos, conciliación y sumisión. Y eso es lo que hace de ella un ser humano. Pero además, si la protagonista es una mujer y no un hombre, tampoco es arbitrario, sino que Brönte quería manifestar así su disconformidad con lo que se conocía como the angel in the home.
La mayor parte de la literatura de la época victoriana (1837-1901) se hizo eco de la separación estricta entre el ámbito masculino y el ámbito femenino. Así, mientras que el mundo le pertenecía al hombre, la familia y el hogar constituían el reino de la mujer. Un poema epistolar publicado en 1855 por Coventry Patmore, The Angel in the House, contribuyó a ensalzar a la mujer como perfecta ama de casa, madre y esposa. Para que esto fuera así, era de esperar que la mujer fuera recatada y sumisa. El nuevo modelo burgués femenino presentaba a la mujer no como un ser inferior, sino como un ser primordial para el mantenimiento de las buenas costumbres, la cultura y la religión. Si tenemos en cuenta que la época victoriana se caracterizó por ser una época de una moralidad estricta, rozando el puritanismo, y además, por ser un momento de gran prestigio cultural inglés, es lógico que la mujer se convirtiera en una idealización de Inglaterra.
Cualquier manifestación sobre la cuestión femenina provocaba inmediatamente reacciones. Charlotte y sus hermanas estaban al corriente de estas controversias y así lo manifestaron en sus poemas y novelas.
Así como muchas mujeres reales de aquella época, Jane no está dispuesta a seguir este camino impuesto por la sociedad. Ya en Lowood manifiesta y defiende claramente su desacuerdo a cualquier tipo de injusticia.
Si la gente fuera siempre cariñosa y obediente con quienes no tienen piedad ni son justos, los malos no encontrarían trabas en su camino, no tendrían miedo ni se les ocurriría nunca rectificar; al contrario, irían a peor. Cuando nos pegan sin motivo, tenemos que reaccionar enérgicamente, claro que sí, y devolver el golpe, para que aprenda y escarmiente el que nos ha pegado.
Alejándose del dogma cristiano de poner la otra mejilla, Jane defiende devolver el golpe. No es que por ello —ni Jane ni Brönte— renieguen del cristianismo, sino que rechazan la injusticia y la abnegación per se. En su estancia en Lowood, Jane será testigo y víctima de esta visión puritana a la cual debía rendir cuentas la mujer. Así, el señor Brocklehurst representa a la perfección el puritanismo exacerbado.
No conviene que se acostumbren al lujo y a la manga ancha; se trata, por el contrario, de que se vuelvan cada día más resistentes y abnegadas.
Más adelante, su primo St. John vuelve a intrepretar este mismo rol. Sin embargo, Jane es ya una mujer adulta a quien ningún hombre de la faz de la tierra puede doblegar. Además, la protagonista hará uso de su sentido común a lo largo de toda la novela.
Se da por supuesto que las mujeres son más tranquilas en general, pero ellas sienten lo mismo que los hombres; necesitan ejercitar y poner a prueba sus facultades, en un campo de acción tan preciso para ellas como para sus hermanos. (…) Y supone una gran estrechez de miras por parte de algún ilustre congénere del sexo masculino opinar que la mujer debe limitarse a hacer repostería, tejer calcetines, tocar el piano y bordar bolsos. Condenarlas o reírse de ellas cuando pretenden aprender más cosas o dedicarse a tareas que se han declarado impropias de su sexo es fruto de la necedad.
Las otras Janes Eyres
Según Gisela Bock en La Mujer en la historia de Europa (1993), la mujer victoriana como un ser con carácter desapasionado y pasiva sexualmente, fue más un ideal que una realidad, independientemente de la clase social a la que perteneciera. La mujer participó de muchas formas en la transformación económica del país, como por ejemplo a través del matrimonio, ya que contribuyeron a la formación de grandes capitales. Y por supuesto, no fue verdad que las mujeres sólo se ocupasen de la casa y de la familia. Muchas mujeres inglesas trabajaron en las fábricas textiles, así como en las minas, entre otras cosas porque su sueldo era mucho más bajo que el de cualquier hombre y esto beneficiaba al dueño de fábrica o de las minas.
Así que lejos de ser una excepción, es probable que existieran muchas Janes Eyres. También es cierto que debieron existir muchas Blanches Ingrams. No olvidemos que el ángel del hogar era una reformulación burguesa de algo tan antiguo como era la sumisión de la mujer.
La belleza es prerrogativa femenina, su feudo y su cárcel, y reconozco que una mujer fea supone una mancha en la hermosa fisonomía de la creación, pero en lo tocante a los caballeros, de lo que se tienen que preocupar es de atesorar fuerza y valentía.
Blanche Ingram es la representación —también contradictoria— de ese modelo de mujer recluida al ámbito familiar. Es contradictoria puesto que lejos de ser un ejemplo de humildad, Blanche es la soberbia personificada. Tampoco es una mujer sumisa, ni abnegada, sino más bien lo contrario. Y a pesar de ello, Brönte nos la presenta como una mujer interesada en las propiedades del señor Rochester. Lo que pone de manifiesto la autora es que incluso las mujeres cultas y ricas perseguían una misma finalidad: el matrimonio, y más tarde, la maternidad.
En este sentido Jane también perseguirá alcanzar el estado de mujer de. A pesar de ello, la protagonista se negará en dos ocasiones, la primera porque no quiere ser una amante, la segunda porque no quiere ser moneda de cambio.
Nadie se casará conmigo por amor, y me niego a ser considerada como un negocio.
Finalmente, se casa con Rochester por amor. La pregunta es: ¿por qué? ¿Cuál es la necesidad de una mujer que sabe ganarse el pan, que ha sido capaz de viajar sola, que tiene estudios? ¿Por qué no independizarse por completo? ¿Por qué después de todo accede a una institución como el matrimonio, basada en aquel momento en la sumisión de la mujer respecto al marido? Existen varias respuestas. La primera atañe a la diégesis: Jane es pasión y contradicción. La segunda concierne a lo extradiegético: estamos en la seguna mitad del siglo XIX, aun queda mucho por recorrer en lo que concierne a la lucha por la emancipación de la mujer, y tanto Jane como Brönte eran mujeres de su tiempo.