El sol madrugó e invadió el espacio del agua, con su luz y con su potencia matinal. El agua alzó su mirada y vio cómo su vecino había llegado antes de lo que pensaba. No sabía si hablar o no, preguntar o no, porque llevaba tiempo queriendo saber qué dibujos hacía en su espacio, qué quería decirle con sus sombras, pero se sentía insignificante en ese espacio, aunque pensó que ella, esa inmensidad de agua, llamada mar, tenía derecho a saber que quería el sol.
Finalmente se cohibió -además los dibujos iban variando segundo a segundo-, porque sabía que él era poderoso y que alumbraba e iluminaba todo. ¿Quién era ella para querer saber lo que cada día plasmaba? Al final prefirió contemplar lo que diariamente veía en su despertar y sorprenderse cada amanecer. Valorar e interpretar con su imaginación lo que el sol quería contar con sus dibujos y reflejos en su piel y que la incógnita fuera su contraseña. En definitiva ver cada ¡Buenos días! diferente.