Tiramos el gato muerto al pozo y salimos corriendo. Ella se echó a llorar, aunque Quino decía que no puede porque tiene los ojos nublados, como un vaso después de beber la leche. Y, aunque habíamos prometido no volver a la casa de la bruja porque nos metió miedo el señor párroco con eso del mal de ojo, hoy hemos saltado la verja para espiarla hasta que ha salido al patio con su escoba. Nos buscaba tanteando el aire despacito con manos temblonas, como cuando quiere regalarnos manzanas. Y cuando entre en la leñera, me toca a mí dar la señal de atrancar y lanzar la cerilla.