Miró por la ventana, vio la luz, el resplandor de la mañana y los rayos del sol. Abrió la ventana, notó el viento en su rostro, el aroma a hojas húmedas de la noche anterior y el olor a café de las vecinas, y se dio cuenta que era un nuevo día, otro más para disfrutar.
Cerró los ojos, sonrió e imaginó la felicidad reflejada en una calle con hojas que pisotear cual chiquilla, en una conversación de amigas, en un beso, en una milhoja, en un café en buena compañía o en una simple flor lista a ser deshojada por la bondad y misterio de una mano.
Miró por la ventana, estaba oscuro y el sol no relucía en la calle. Las hojas posadas en el suelo sin movimiento daban sensación de frio, pero al mismo tiempo tranquilidad. Abrió la ventana, oyó el silencio callejero que invadió su cuerpo y mente. Su olfato no se decantó por nada en concreto, no se percató de aspectos relevantes para un nuevo día.
Cerró los ojos, ni pestañeó, noto el destemple de su cuerpo, visionó en su mente las últimas letras de un libro, el final de una película, de su película y sobre todo presenció en su retina muchas hojas. Hojas con letras, con imágenes que en su conjunto eran meramente eso, hojas, pero con significado, con preguntas y respuestas, que ya fueran escritas, dibujadas e incluso realmente pisadas y disfrutadas en un ayer.