La biografía de Miguelángel Flores es esta, en sus propias palabras: “Cordobés, y de Sabadell desde un año después de nacer. Lo hice en el 67, un año antes de que Massiel ganara Eurovisión y dos de que el hombre pisara la luna por primera vez. Pudiera parecer que esto no dice mucho de mí, pero sí. Soy el menor de doce hermanos. Lo cual dice el resto de todo. Me bautizaron con dos nombres de tíos carnales y hace unos años decidí unirlos como se merecen, convirtiéndolos en uno, único y rotundo.
Tengo un curso de mecanografía y un caballito amarillo en natación. He hecho Ofimática+Inglés por el Inem. Esa es toda mi formación reglada. El resto está sin reglar y sin concierto alguno.
Llevo desde pequeñito rodeado de mujeres. Ellas han sido fundamentales en mi forma de entender lo de vivir sin que duela mucho, de dosificar la pena para que no atragante y reservar cascabeleo para cuando no lo hay. Las mujeres de mi vida han marcado mi forma, mi manera de contar cosas.
Lo de escribir me lo tomo en serio hasta donde es imprescindible, pues más bien tiendo a tomármelo a guasa. Después de publicar la cosa sigue igual. Así, escribo desde hace años, de oído y sin mala intención, microficción y algo de teatro. Con lo primero he destacado en concursos y aparecido en publicaciones colectivas y antologías del género, como De antología, la logia del microrrelato, de Talentura; o Relatos en Cadena, de Alfaguara. De lo segundo, he escrito Anda que no te quiero, La vida que bailo, Hay que acabar la Cenicienta, Consuélame, Consuelo, Del amor, la muerte y otras chiquilladas y El morir de Anselmo. Últimamente, como si lo mínimo fuera una infección que se me extiende, escribo microteatro. A veces también actúo o dirijo; pero lo mismo, tampoco lo hago contra nadie. Y ahí sigo, inmerso en proyectos, de teatro y no, que me quitan la vida y me la dan a partes iguales.
De lo que quise sin querer fue mi primer libro individual de relatos, editado por Talentura en noviembre de 2014”.
¿Escribías otro género antes de los microrrelatos o fueron tu primera experiencia en esto de juntar letras?
De pequeñito escribía poemas. Son poemas de niño, ya te puedes imaginar. Luego de adulto no he vuelto a escribir poesía. Sí que he escrito alguna letra de canción, que vienen a ser lo mismo, pero con la idea de que le pongan música.
Hace unos años hubo un boom en la creación de blogs por parte de microrrelatistas. Tú también tienes uno. ¿Cuándo lo abriste y por qué decidiste hacerlo?
Lo abrí en el 2011, poco antes de iniciar un curso de microrrelato que impartía Ginés Cutillas en La Microbiblioteca. Allí coincidí con los que luego acabamos autodenominándonos La Simbomba (La Zambomba, en castellano); que son Susana Camps, ya una bloguera y microrrelatista muy reconocida entonces, con Xavier Blanco, otro de los primeros blogueros, Fernando Martínez, Mònica Sempere y Xesc López, que acabaron creando también sus propios blogs. Creé el mío, Eternidades y Pegos, porque por entonces enviaba a mis amigos y familiares las cosas que escribía por correo. Fue la manera que se me ocurrió de dejar de atosigarles con e-mails. De esta forma, cada cual leería lo que quisiera cuando quisiera. Realmente escribía para ellos. Por eso yo jamás planeé publicar en papel. Estaba feliz de tener blog y de llegar a la gente que quiero.
Muchos de aquellos microrrelatistas que, al igual que tú, han sido publicados en papel y se han ganado un prestigio en el panorama nacional ya no mantienen sus blogs. ¿Es tu caso también?
Yo lo sigo manteniendo, aunque he bajado el ritmo de publicaciones, Lo actualizo con los micros que de alguna manera se hacen públicos y también cuento en él los acontecimientos que tienen que ver con el teatro que hago.
Tu libro de micros se titula De lo que quise sin querer, y se vertebra en tres secciones, Cosas de amar, Cosas de morir y Otras cosas sin querer. ¿Por qué ese título y esa estructura?
Durante la II Microquedada en Madrid, Manu Espada, una eminencia dentro del microrrelato, y por entonces mano derecha del editor de Talentura, Mariano Zurdo, que suena a broma, pero así es, me pidió ciento veinticinco microrrelatos sin garantía de publicación. Entonces, con la petición en la cabeza, con todos los micros revoloteando a la vez, y ya que realmente yo no lo había planeado, sino que me vino sin más lo mismo que lo de escribir, pensé que debía buscar algún título que hablara ello, que definiera mi forma de contar y el hecho de que ahora pudiera hacerlo desde una editorial. Antes de llegar a Barcelona ya tenía el título decidido: De lo que quise sin querer. En una primera versión del manuscrito les envié los relatos ordenados alfabéticamente. Luego, hablando con amigos, decidí que era más cómodo dividirlo en secciones. No me costó mucho separarlo en temas, estaban muy definidos.
¿Cuáles crees que son los temas más recurrentes en tu obra? ¿Hay alguno que no tocarías o que te produce reparos?
Hasta ahora han sido el amor y la muerte, temas universales y continuos en la literatura, vistos desde diferentes ángulos. Y no, no hay tema que me produzca rechazo. Otra cosa es que no me atraiga alguno, o no lo haya hecho hasta el momento. Sí que es muy recurrente en mí la voz infantil que a menudo utilizo. Pero no para hablar necesariamente de la infancia; es una voz inocente que habla de cualquier tema o abarca cualquier cuestión desde el prisma de un niño. O de una niña otras veces. Con toda su inocencia, su capacidad de asombro y su sinceridad, por cruel que esta sea.
Tienes un estilo reconocible a primera vista para cualquiera que te haya leído un mínimo. ¿Cómo lo describirías? ¿Surge de forma espontánea o es fruto de un esfuerzo consciente?
Creo que esto que acabo de contar sobre la voz infantil tiene mucho que ver con mi estilo. Porque, aun cuando no utilizo esta visión aniñada de la realidad, sí que mi estilo tiene mucho que ver con lo sencillo, con la ingenuidad. Me encanta trabajar con personajes perplejos. Y bueno, sí que todo tiene un principio de espontaneidad en mi forma de contar las cosas. Una espontaneidad que intento no desbaratar luego, cuando repaso y repaso y repaso un texto.
Microrrelato, microteatro… En tu introducción biográfica nos dices que tu preferencia por lo mínimo se te va contagiando de un género a otro. ¿De dónde crees que viene ese gusto por lo breve?
Por un lado, yo creo que viene del aburrimiento. A veces me canso de dar vueltas a un tema, me aburre. En poco tiempo ya quiero hablar de otra cosa. De hecho, casi siempre llevo varios proyectos a la vez para no cansarme en exceso de ninguno y abortarlo antes de que nazca. Por otro, escribo en micro por la costumbre de ahorrar en palabras. Para qué usar ochocientas palabras si con cien ya lo explicas todo. Sé de novelistas que al empezar a escribir microrrelato ya jamás pudieron volver a escribir novela. Y ahora vagan como almas en pena por historias de no más de cien palabras. Pon esto, que es chulo. Es chulo imaginar que es así, y alguien habrá, seguro.
Ahora se cultiva mucho el hiperbreve tipo Twitter (140 caracteres o menos). ¿Te sientes cómodo en ese formato, lo has probado alguna vez?
Alguna vez he escrito algo, no mucho. Lo he hecho por participar en algún concurso. Pero no me manejo demasiado bien. He de dedicar demasiado tiempo para que me quede solo decente. Además ya hay gente buenísima como Francesc Barberà, que en tres palabras te mete un principio, nudo y desenlace, tan perfectamente hilado. Bueno, he de decir que en una de esas participaciones gané el Antonio Villalba 2015 de Escuela de Escritores en esa categoría. Pero fue pura churra, la verdad. Y me pasé días paseando por las diecinueve palabras que contiene antes de enviarlo.
Y en cuanto al otro extremo, ¿tienes planes de escribir narrativa o teatro en formato más largo?
Narrativa no entra en mis planes ni me apetece, por aquello del aburrimiento que he dicho antes. Todo lo cuento enseguida. Teatro sí que tengo escrito en formato largo. Pero, fíjate que una de las primeras obras, Anda que no te quiero, se compone de catorce historias cortas que, por diferentes motivos, voy alargando y acaban siendo una pieza de microteatro, de unos quince o veinte minutos. O incluso hay una de ellas que me está dando para hacer una obra de hora y pico, A palo seco, que justo se estrenará en septiembre en su versión larga.
LOS LLANTOS
Dice la letra, “cuando llegaron los llantos, ya estabas muy dentro de mi corazón”. Y así fue. Llegaron y se instalaron contigo. Los llantos inundan mi casa. Y tengo que salir buceando por una ventana para no ahogarme sin que nadie lo sepa.
El corazón, que es como una de esas conchas con un cangrejo dentro, me lo voy a sacar del pecho. Voy a ponerlo al sol, para que se seque. Y cuando sea una caracola sin vida, sin ermitaño, ni carcelero dentro, lo devolveré a su sitio. Entonces, se escuchará el mar en lugar de los llantos. Lo juro.
BIENVENIDA
El tren se oyó silbar a lo lejos. Entonces, alguien dijo, es ese. Tendrás que darte prisa, si quieres estar cuando llegue, añadió otro. Cogí mi vieja chaqueta rota, el casco de moto y un ramo de rosas robadas. No vayas a la estación, espérala en el cruce: allí será, aseguró su abuelo. Todos me miraban. Es nuestro destino, dije, lo sé, siempre lo supe. Y partí. Me siguieron hasta la puerta. Supongo que sabrás reconocerla, oí a mi lado, han pasado muchos años del accidente. Claro que sí, contesté sonriendo, ha venido a traerme flores cada uno de noviembre.
EL FIN DEL MUNDO
Cuando me enteré por la tele, lo primero que hice fue despedirme del trabajo. Más bien hice que el cuatrojos me despidiera lanzándole un globo de orines propios a la cara ajena. Y a la corbata de enterado. Luego me compré, sin dinero, un coche con un billón de caballos, uno que llega antes de que salga. Las multas me la sudan ya. Me he arreglado la boca y el cuarto de baño. Y me he puesto tetas, algo con lo que siempre soñé. Me fui a Paris, a soltar un escupitajo desde lo más alto de la Torre Eiffel. Hice montar una sala de cine en el patio, techado de uralita, donde he visto, en tres semanas encerrado, a todos los grandes repartiendo ostias de venganza. En el sexo, lo he probado todo con todo, el matrimonial inclusive. Siempre pagando. Estaba viviendo así, a tope, sin que me importe lo que diga nadie, cuando me entero de que han hecho una relectura, dicen, de la profecía esa.
Así que, ahora, con un primo también sin novia, que es mecánico y eso, estamos inventando una bomba con botón. Porque ya no hay marcha atrás y, por mis huevos, que los mayas van a tener razón.