Y el cuento empieza así, diferente a como te lo habían contado. Érase de una vez…. Que no es lo mismo.
Esta es la introducción que hace la escritora Ángeles Sánchez Portero al primer libro de microrrelatos de Ana Vidal Pérez de la Ossa (Madrid, 1973), publicado por Editorial Enkuadres.
En la biografía que aparece en la solapa del libro dice así: «Ana Vidal nació en una ciudad, Madrid, y renació en una isla, La Palma, llena de volcanes y lava. Estudió Derecho y trabaja como redactora para una editorial jurídica.
Escribe para mostrar lo que late debajo de la realidad y lo hace cuando camina, friega los platos, prepara la comida o tiende la ropa; alguna vez lo lleva al papel. Solo las historias que se empeñan en permanecer son las que llegan hasta aquí.
Participa con una sección sobre microrrelatos titulada «En pocas palabras» en el programa de radio Soles en el Ocaso. Ha publicado microrrelatos en diferentes libros o revistas. Érase de una vez es su primer libro».
También la podemos encontrar en su blog Relatos de andar por casa
―Ana, en la presentación del libro dices que escribes para mostrar lo que late debajo de la realidad. Suena muy bien la frase, pero me gustaría que nos explicaras cómo consigues rasgar esa realidad y mostrar lo que subyace tras ella.
―Para rasgar la realidad lo que hago es darle muchas vueltas, buscar el lugar por donde se rompe, por donde se abre a otras lecturas, otra forma de mirar, que es también mi voz, mi manera de mirar la realidad. Así, encuentro metáforas de la vida en cualquier cosa que observe y juego con ellas. La escritura se convierte en un juego con el lenguaje y además es participativo. Provoca muchas veces la reflexión en quien lee.
―El libro se compone de ochenta y tres microrrelatos y está articulado en torno a estos cuatro títulos: Quien a los suyos padece; Me hubiera cansado contigo; Hasta aquí hemos llagado; Nosotros que nos morimos tanto. Se nota la doble intención, con el juego de palabras, y aunque tirando a deprimente, a mí como lectora me atrapan. ¿Fue difícil agrupar los microrrelatos en torno a estos títulos? ¿Y cómo se te ocurrieron?
―No fue difícil agruparlos una vez sabía qué partes quería hacer, de hecho primero clasifiqué los microrrelatos por temas y luego definí las partes. Muy pocos se quedaron fuera por no entrar en las partes y, aunque no todas tienen el mismo número de microrrelatos, creo que están compensadas. Estos títulos se me ocurrieron jugando con las palabras y las frases, algo que hago hace tiempo en Facebook después de verlo en otros escritores; es realmente divertido cuando das con una buena frase cambiada. Los tenía ya escritos antes de preparar el libro salvo el último, que es el único que tuve que hacer para la ocasión y hubo varias opciones pero al final la que quedó fue la que más me gustó.
―Me dijiste un día que escribes solo con ordenador. Y que eres de las que anotas en servilletas y papelitos tus pensamientos fugaces, ocurrencias, ideas… cuando no lo tienes cerca. ¿Alguna vez la lavadora ha hecho pedacitos algún apunte buenísimo metido en el bolsillo de un vaquero?
―Seguro que he perdido buenas historias, pero realmente escribo más en mi cabeza y las ideas que me siguen hablando son las que llegan al ordenador. Digamos que tengo una agenda mental y en ella, claro, también se pierden cosas.
―Otro asunto que me intriga: cuando estás colgando pinzas en el tendal y se te ocurre una frase, una idea chula, ¿corres a apuntarla y dejas caer al patio el calcetín? ¿O dejas ideas olvidadas en el limbo con tal de no distraerte con tus obligaciones domésticas?
―El patio de mi casa es particular, que es donde tiendo si no llueve, ya que se moja como los demás. Si se cae un calcetín por culpa de una emergencia como esta, podré volver a buscarlo, así que no tengo problemas. Soy bastante procrastinadora, así que dejaría caer el calcetín antes que dejar la idea.
―Muchos de tus relatos no superan las cincuenta palabras, y la mayoría no llegan a las cien. Como dijo Baltasar Gracián: «lo bueno, si breve, dos veces bueno». Cuéntanos qué opinas de esto.
―Depende. Como lectora, si es bueno quiero que dure, aunque me maravilla paladear un texto muy breve y conciso, depende, como digo. A mí la brevedad me vino por deformación profesional, es un género en el que me encuentro cómoda porque es algo parecido a lo que hago en mi trabajo, en el que sintetizo sentencias judiciales o partes de ellas en 250 caracteres. Casi que lo que me cuesta es escribir más largo, aunque me gustaría.
―El último relato del libro se titula «Elige el final». Para mí, uno de los más agónicos, aunque en la última frase parece surgir un atisbo de luz en el fondo brumoso donde nos sumergen tus textos.
―Las grietas por las que se cuela la luz y la oscuridad, eso también me interesa mucho. Las grietas que tienen las personas. La luz en la oscuridad y la oscuridad en la luz. Las sombras. Escribo como si quisiera hacer una fotografía.
―Me interesa también conocer a tus autores de referencia. Los que te marcaron en la adolescencia, los fijos (o de cabecera, como me gusta definirlos), y también tus últimos descubrimientos.
―En la adolescencia me servía de lo que me pasaban mi padre o mi madre, ambos grandes lectores pero con diferentes gustos que a veces coinciden. Paul Auster y Truman Capote, por poner ejemplos. José Saramago también es un referente, Gabriel García Márquez, John Irving, Nick Hornby. Ahora leo todo lo que publican Patricia Esteban Erlés, Ángeles Sánchez Portero, Eloy Tizón, KarlosKum. Y de microrrelato ¡hay tantos autores buenos! Víctor Lorenzo, David Vivancos y Kike Parra con quienes comparto colección de microrrelatos en Enkuadres, la editorial, y de los que aprendo con cada lectura, Manu Espada y Pablo Gonz, referentes en el género, Rosa Martínez, Miguelángel Flores, Carmen Quinteiro… También le he cogido gustillo a la poesía que se está haciendo ahora en nuestro país, Alfonso Brezmes, Ana Pérez Cañamares, Itziar Mínguez, Sandra Sánchez, Jorge Molinero. Podría no terminar nunca de responder a esta pregunta porque además soy de las que leen tres o cuatro libros a la vez.
―Por último, Ana. Ahora que has logrado lo más difícil, ¿has pensado alguna vez en plantar un árbol? ¿Cuál elegirías y por qué?
—He plantado un árbol genealógico en mi patio particular. En una de sus ramas mi hijo juega con la pelota, de momento. En otra, mi hija baila con sus amigas (frutos de otros árboles cercanos). Cómo crecerá, cómo lo modelará el viento, eso ya no lo sé.
Para finalizar, os dejamos con tres relatos del libro.
Miradas que comen
Ella era ciega de nacimiento, pero yo me sentía observado con cada una de sus palabras. Decía tú eres alto, rubio y guapo. Y yo, que era más bien achaparrado y tirando a feo, cambiaba por arte de su ceguera. Entonces reía con su hilera de ojos blancos y yo temblaba. Decía tú sabes lo que le gusta a una mujer y yo la cogía del brazo y la llevaba a un callejón en el que se escuchaba la rueda de una máquina de coser antigua y a mí ese sonido me evocaba todos los cuentos. Entonces me miraba con sus labios rojos y yo temblaba. Decía tú me darás de comer lo mejor de ti y yo me arranqué los ojos, los limpié en la fuente de los deseos y se los di y ella me dijo que ahora veía turbio y que ya no soñaría más. Y es obvio que no volví a verla.
Elige el final
Los libros dejaron de escribirse con palabras: contenían sensaciones. Una tarde de lluvia en una ciudad sin tráfico, perderse en un bosque donde te podías cruzar ciervos, ardillas y un lobo en el claro bajo la luna, un cadáver en el salón de casa, o una excursión escolar en la que todos terminaban lanzándose por un acantilado al mar. La gente dejó de leer y empezó a vivir en las historias, aunque, como todo, fue temporal. Bastó que una tarde ociosa, en lo más profundo del mar, al fondo de su aventura, un buceador descubriera un libro escrito.
Despedida
Avísame cuando dejes de quererme. Cuando ya no te inunden mis recuerdos, cuando se te haya escapado el olor de mi nuca y no me puedas ver corriendo por el jardín. Avisa cuando nuestras canciones solo sean música, cuando el color azul no sean mis ojos y el delantal repose desnudo en el colgador. Me bastará con que una noche, mientras nos lavamos los dientes, me preguntes ¿perdona, te conozco de algo?
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¡Grande Ana, como siempre!
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