Había salido a correr por el Retiro. Hacía fresquito y con esa temperatura daba gloria hacer deporte. Tenía media hora para ello, quemar calorías y pensar un poco. Siempre hacía una parada en las escaleras al lado de la estatua de la Sirena a Lomos de Tortuga, donde los recuerdos se agolpaban mirando al embarcadero. Ahí pensó que iba a desayunar y comer. Sonrió: un café con porras. ¡Mmmm, qué placer! O tostadas con mermelada y mantequilla. ¿Y para comer qué? Se acababa de dar cuenta de que era viernes y tenía cita con la cuadrilla: oreja a la plancha.