Alguien ha propuesto el juego después de la cena. Sentados alrededor de la mesa, miramos cómo gira la botella sobre su vientre. Todos albergamos la esperanza de que, cuando se detenga la ruleta de vidrio, el gollete nos señale. Porque todos, todos sin excepción, queremos ser premiados con el beso de Isabel. Ella, Isabel, también anhela ser la afortunada para probar los labios de Diego. Y también las demás. Porque todas, todas sin excepción, quieren besar a Diego. Qué le verán. O a Figueroa, que las engatusa con sus cuentos. Cretinas. Cretinos.
Las vueltas tardan cada vez más en completarse hasta que, por fin, la botella se frena apuntando a Diego. Inevitablemente. Cómo no. Y Diego se inclina sobre la mesa, le acaricia la mejilla y posa con delicadeza sus labios en los de Figueroa.