En medio de la noche las paredes empiezan a agrietarse. El revuelo de un vecindario que abandona sus viviendas con lo puesto. Emad y Rana son de los últimos en abandonar el edificio, ayudando a los vecinos más débiles, afrontan el peligro de derrumbe con serenidad y consciencia. Una última mirada a la vivienda permite apreciar cómo en las habitaciones van agrandándose las grietas, cómo los cristales se parten. Unas obras en la colindancia han provocado que los cimientos de esta casa sufran y se encuentre al borde del colapso. Lo nuevo amenaza con acabar con lo viejo. La maestría con la que Farhadi nos presenta el estado de la relación en el matrimonio ya es admirable, y a partir de este inicio, toda la película se va a desarrollar con el mismo nivel de excelencia. Estamos ante una de las grandes películas de 2016, una sutil equivalencia entre las grietas del edificio que amenaza con desmoronarse y las grietas de una pareja que subsiste a duras penas, hastiada por la rutina, cansada de la convivencia, con el peso inmaterial, pero insoportable, de no haber conseguido tener hijos. Farhadi coloca a sus protagonistas dentro de la clase social ilustrada en la que mejor se desenvuelve, para desarrollar un creciente y excelente drama familiar a base de silencios y sobreentendidos.
Para incrementar el riesgo, anudar aún más la ficción y la realidad, abrir caminos dentro de un relato por sí complejo, Farhadi narra la historia en dos mundos paralelos, el de la vida cotidiana de la pareja y el de su afición. Con mayor o menor profesionalidad, combinan su trabajo con su afición al teatro. El núcleo narrativo sucederá mientras el matrimonio ensaya antes del estreno de «La muerte de un viajante» en Teherán. De este modo, parte de la trama de la obra teatral se desplaza a la vida real de este matrimonio, los diálogos de cada uno de los personajes terminan convirtiéndose en preguntas directas de lo que cada uno de ellos está viviendo como un drama personal irresoluble. Habrá debido sortear enormes trabas censoras Farhadi para poder filmar esta película, por ello lo sutil prima en el relato para que cada espectador complete lo que la imagen no muestra sino sugiere. En la obra de Miller hay alcoholismo, infidelidades, mentiras, invenciones, traiciones, prostitución, mujeres nada sumisas a los hombres. Representar a una prostituta semidesnuda con un abrigo rojo y pañuelo no es ridículo, sino que le dota de un contenido erótico inusual para quien conozca la real puesta en escena concebida por el dramaturgo, Farhadi juega con el guión para mezclar la representación con el verdadero fondo del asunto, los espacios del escenario también son el lugar donde Emad y Rana discuten sobre su futuro aunque sea sin palabras.
Cuando la pareja se ve obligada a abandonar su vivienda, uno de los miembros de la compañía teatral les ofrece una vivienda provisional en un ático. Todo parece asumible, confortable, provisional pero aceptable. Desde el momento de la mudanza la sombra de la anterior inquilina comienza a enturbiar la vida diaria. Una habitación ocupada por las pertenencias que no ha retirado, la sospecha más que creciente sobre la actividad sexual que la mujer llevaba a cabo en el piso, molestias morales más que reales, que desembocan en un equívoco. Una noche en que Rana vuelve del teatro antes que Emad, creyendo que éste ha sido quien llamó al portero automático, abre el portal y deja la puerta de la vivienda abierta, mientras entra en el baño para ducharse. Una elipsis, puede que impuesta por la censura, pero que engrandece la historia al dejarnos con las mismas dudas y silencios que a Emad, coloca a éste en su vivienda ante un cristal roto, manchas de sangre por la casa, unos billetes en la balda de una estantería. Alguien ha vuelto a casa pensando que la anterior inquilina seguía vendiendo su cuerpo en la casa y se ha encontrada con Rana desnuda en el cuarto de baño. Este giro de la historia comienza a terminar de carcomer la relación de la pareja. Puede que Rana haya contado a Emad lo sucedido, algo que, de manera explícita, el espectador no va a conocer, el pudor, la vergüenza de ambos impide ser más explícitos, pero la duda empieza a asentarse en la mente de Emad, incrementada por la renuencia de la mujer a presentar una denuncia.
Farhadi nos enseña así lo difícil que es ser mujer en Irán. Cualquiera de nosotros, aparte de llamar a una ambulancia, hubiera llamado a la policía inmediatamente. Estando el honor por medio resulta problemático acudir a las instituciones oficiales, hay que sopesar los riesgos, las consecuencias. Rana sabrá que será cuestionada por abrir la puerta de su casa y permanecer desnuda en el interior. Resultará indiferente si fue agredida sexualmente, abusada o solamente fue un equívoco, un susto, una reacción desafortunada ante un encuentro fortuito. Emad quiere explicaciones que Rana no puede proporcionar, Emad quiere que la policía actúe para castigar al culpable, quizá Rana sea consciente de que aquello solamente fue un mal encuentro, que aquel hombre no hizo nada más que asustarse tanto como ella. Para Emad, la falta de interés de su mujer incrementa sus deseos de venganza, no tanto violenta, como para desenmascarar a ese hombre capaz de comprar mujeres y su cuerpo y enfrentarle con su propia familia para que sienta el peso de la vergüenza. Farhadi va dejando señales por las que Emad debería ser consciente de que el suceso no fue tan grave como inicialmente pensó, pero obcecado por la invasión de su intimidad, su carácter se va enfriando, se torna irascible, su relación amistosa con los alumnos de literatura (como Hong Sang soo en su cine, Farhadi aprovecha para presentarnos a un profesor que proyecta cine a sus alumnos para hacerles pensar sobre su país, aunque el resultado sea más bien decepcionante) alcanza cotas de tiranía al verse ridiculizado. Emad sabe que todos los hombres no son como ése que entró en su casa dispuesto a pasar un rato a cambio de dinero, pero también es consciente de que las mujeres ven a los hombres como un peligro del que no pueden defenderse dada su inferioridad social, para esto hay una escena formidable en el interior de un taxi donde la relajada posición de Emad molesta a una mujer que obliga a cambiar de asiento a otro ocupante.
La progresiva obsesión del hombre por acorralar y descubrir al autor, que, en su huida precipitada, abandonó todo lo necesario para ser identificado, corre pareja con el incremento del silencio entre el matrimonio, un aislamiento en compañía que merma la capacidad de regeneración de la relación. Obsesionado por el castigo y la venganza, se produce en su mujer el efecto contrario, la necesidad de olvidar, la necesidad de ser cuidada, de ser mimada. A cada paso de Emad hacia la catástrofe familiar, le sigue el paso de Rana encaminándose a la compasión y el perdón. En un portentoso epílogo, vuelta a la casa familiar que permanece en el mismo estado de semiderrumbe, y donde se produce el encuentro entre marido y presunto agresor, Farhadi desarrolla a los personajes encerrados en un escenario vacío, similar al del inicio de los ensayos, donde un par de muebles semejan un salón. El incremento paulatino de la tensión sitúa a cada personaje ante la realidad y ante lo que los demás perciben como algo muy diferente. En una carrera hacia delante. que no va a reportar satisfacción alguna, haga lo que se haga, Emad es incapaz de aceptar la decisión de su mujer como tampoco da rienda suelta a su odio y rencor. Todos los actos tienen consecuencias, y todo castigo necesita una culpa. En este caso el castigo va a extenderse más allá de lo previsto y va a concluir representando a dos extraños frente a frente, irreconocibles entre sí cuando se despojen del maquillaje de la función. La muerte del viajante, sólo y desesperado, es la muerte de un matrimonio que sólo necesitaba de una excusa para renunciarse. El visitante ocasional encendió esa mecha, al final de la película sentiremos cómo su culpa era menor que la que imaginamos y que todos terminan siendo castigados por un hecho puntual que agranda las grietas del derrumbe personal.
Ficha técnica
[…] casi imposible de dibujar. Me parece que El viajante del iraní Asghar Farhadi la maneja mejor que el Aki Kaurismaki de El otro lado de la esperanza. […]