Merche vuelve de las rebajas con los brazos cargados de bolsas. Si ve que su marido pone los ojos en blanco, le dice que a la gente joven hay que darle una oportunidad. Que también para ellas es un chollo, casi como si fuera un contrato indefinido. Y así se las aparta de las calles, a la merced de sabe dios qué manadas de violadores. La muy mamarracha no se da cuenta de que ya no tiene edad para ir así, con las costuras a punto de reventar y sus propios pellejos asomando entre las sisas. Pero a ella no le duelen prendas y se pone lo que caza a lo largo de la temporada. Todo escogido y siguiendo los dictados de la moda: morenas con cintura de avispa, rubias de pecho siliconado, rellenitas que le dan talla para después de las comilonas de Navidades… Cuando se cansa de ellas o si ya se les ha ajado la juventud que tanto anhela, las cuelga en perchas y las arrincona en el fondo del armario, para no oír cómo les repiquetean tristemente las uñas.