De las ruinas solo brotan rencores, asegura su madre mientras contempla el paisaje desolado. La joven no le hace caso, en el fondo sigue siendo aquella niña que perseguía el vuelo de los pájaros como si fuera posible alcanzarlos.
Ayer lo vio en una azotea y está segura de que el muchacho, a su vez, también se fijó en ella. Desea reencontrarse con él y necesita un vestido apropiado. Consigue uno demasiado ligero para el tiempo que hace, pero mejor que los harapos de cada día, ennegrecidos de hurgar por entre los escombros. Se planta en medio de lo que en algún momento fue una plaza donde las parejas se daban la mano por primera vez y divisa en una ventana ese uniforme marrón que tan bien le sienta al joven militar.
No puede distinguir su rostro con claridad, pero imagina cómo sus ojos la observan con interés, cómo la buscan tras la mira telescópica, justo antes de que se le llene la boca del estómago de un dolor punzante, de aquellos que anuncian amores no correspondidos.
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