El juego, ¿de seducción?, comenzó hace unos días, cuando una persona vino a vivir en el último piso del edificio nuevo que se levanta frente al que yo habito. Supe de su llegada porque la vi en su balcón, apoyada en la barandilla de acero inoxidable y cristal mirando fijamente hacia el mío, donde suelo desayunar cada mañana. En un principio me inquietó que se cubriera el rostro con una máscara carnavalesca, no así que vistiera una holgada túnica o que llevara el pelo recogido bajo una ancha y ajustada cinta. Respondí a su indiscreción con un saludo, que no me devolvió. Al cabo de unos minutos, volvió al interior de la casa.
El segundo día, pude aclarar que se trataba de una mujer, pues, aunque conservaba máscara y cinta, de cintura hacia arriba solo llevaba un sujetador blanco. Seguía mirándome fijamente, sin responder a mi saludo. Intrigado, acepté su juego, cualquiera que fuese, Me quité la camisa y dejé al descubierto la camiseta de tirantes.
Al día siguiente, mi vecina salió al balcón con los pechos al aire. Gratamente sorprendido, comprobé que se trataba de una chica joven, pues, en la distancia, pude apreciar que eran tersos y empinados. Ni siquiera me molesté en saludar. También yo dejé al descubierto mi torso musculoso.
Un día más y las únicas prendas con las que ella se asomó al balcón fueron máscara y bragas. Una media melena le lamía los hombros desnudos. Le seguí el juego y me deshice del pantalón. ¿Acabaría cuando cayera la última prenda?
Hoy me he levantado antes que de costumbre y he salido al balcón, deseoso de verla salir al suyo. Y acaba de aparecer, puntual a la extraña cita. Solo con la máscara. El desconcierto se apodera de mí, no sé si quitarme también mi última prenda.
Ella también es él.