Hoy Elena amanece temprano. El cielo está un poco nublado y predicen lluvias para este fin de semana largo. Y tan largo, lleva en casa desde el miércoles, hoy es sábado y hasta el martes no se labura. Esto igual es apropiación cultural, pero no quería utilizar la palabra trabajo porque no es fiel a la realidad. Trabajar se trabaja todos los días. No hay vacaciones para la vida. No hay vacaciones de la vida, quiere decir. Sólo hay vacaciones de tu empleo remunerado, con suerte, y en el acceso a ciertos servicios, públicos o privados. Por ejemplo, tienes vacaciones de dentista cuando tu dentista se va de vacaciones. O tienes vacaciones escolares cuando cierra el colegio. Y ya. No existen tampoco las vacaciones de una misma.
Hoy Elena amanece muy Elena. Y, sentada en un parque infantil mientras su hijo se columpia con su mami en un balancín y tras haber esperado 30 minutos de cola para pagar en el Hipercor, qué mal ir al Hipercor, se sienten culpables, pero tenían una tarjeta regalo de algo feo que le regalaron al crío pequeño y, ya que estaban, han aprovechado para comprar cosas random pero necesarias para comer la próxima semana y hacer su vida más confortable de manera fácil, aunque al final no tan rápida. Sentada en el parque infantil piensa que los días nublados con luz de otoño producen un efecto como de stop motion hecha con fotos polaroid. Puede ver incluso el recuadro que las rodea en ese preciso instante. Sentada ese parque infantil, mira detrás de sí y un banco de madera le recuerda lo efímero de la vida. Y el sinsentido de vivirla si luego se va a acabar y no te vas a acordar de nada. No vas a tener conciencia, o vas a dejar de serla, como lo quieras mirar.
Es decir, cuál es el valor de no pasarlo mal si, una vez muerta, no vas a saber si has sufrido o te ha molado la experiencia. No vas a saber que has vivido, quiere decir. No vas a ser. Nada. Cuál es el sentido de estar aquí pasando el rato hasta que se acabe su pasaje. Esto lo ha pensado ella desde muy pequeña. Que la vida no tenía ningún sentido, y el infinito menos, y la eternidad ya ni te cuento. Y entonces se le agarraba un nudo en el estómago y las cosas empezaban a dar vueltas alrededor suyo, en caída libre. Eso ya no le pasa tanto. Se le revuelve un poco el estómago y ya. A todo se acostumbra una.
Se pregunta cuándo, cómo y porqué se le instaló esa aplicación en la cabeza. Y si se puede desinstalar. O si querría, aunque pudiera. A veces puede quitarla de la interfaz de usuaria y olvidarse de que existe. A ratos, a temporadas, incluso cree que una vez le pasó durante años, no acordarse, no sentirse así. Pero siempre vuelve, hiberna agazapada esperando el momento en el que rebuscas entre tus miles de aplicaciones para volver a abrir el Candy Crush y dedicar las horas de tu vida a reventar caramelos de colores. Eso sí que es disfrutar el momento. Pues eso, como quien mata el tiempo en el Candy Crush desperdiciando, o no, la oportunidad de enterarse de su vida, Elena accede una y otra vez a su software nihilista para quitarle hierro a la existencia y pensar que podría ser cualquier otra cosa en la vida, cualquier otra persona en cualquier otro lugar con cualquier otra existencia. Incluso podría no ser y ya está. Y siempre tiene la duda de si hubiera preferido no. Y así ya estaba.
Así no tanto trabajar. No tanto buscar el sentido de la vida y buscar motivaciones y tener que ser feliz. Y no tanto laburar. Y no tantas listas de tareas y tantas cosas que gestionar y solucionar.
Y luego se acuerda de que en un momento de su vida tuvo una criatura. Voluntariamente. Concienzudamente. Y después otra. Y cae en la cuenta, como quien se tropieza con un bordillo tumbada en la cama justo antes de quedarse dormida: -si estoy embarazada otra vez-. Y eso que esta vez ya no cubría el tratamiento la seguridad social. Y ya no importa si la vida tiene sentido, porque la que no tiene sentido es ella. Y lo mismo se puedo relajar y dejar de buscarlo. Y ya. Y volver a casa a colocar la compra, lavar la ropa nueva para que no se le irrite la piel al peque y sacar del congelador la comida que cocinó hace una semana siguiendo rigurosamente el menú marcado por su aplicación de pago de batch cooking que tanto sentido le da a su vida.
Hoy ha amanecido un poco nublado. Alex ha vuelto a vomitar, por enésima vez esta semana, encima de sus tres capas de ropa y de los pantalones de Elena. Al final no ha llovido.