Para X, cada día es distinto a los demás, y comienza con sorpresas. La primera: a qué hora suena el despertador. Ha ideado un algoritmo para que la alarma salte de forma aleatoria entre las siete y las diez de la mañana. Fue lo primero que hizo tras dejar atrás cuarenta y siete años de rutina laboral.
La segunda sorpresa le espera nada más despertar. En cuanto abre los ojos se sienta en la cama, toma el sobre de color verde esperanza que la noche anterior dejó sobre la mesilla de noche y lo rasga para descubrir lo que guarda. Durante años ha ido escribiendo en tarjetas todo aquello que ha querido hacer y que las obligaciones diarias no se lo han permitido; cada tarjeta la introducía en su correspondiente sobre, cerraba este y lo guardaba en un cajón bajo llave. Son varios miles los que ha acumulado.
Hoy, cuando suena el despertador, el sol ya brilla con fuerza. X abre los ojos, se sienta en el borde de la cama, se despereza, toma el sobre, lo rasga y busca en su interior. Acto seguido esboza una sonrisa de satisfacción, vuelve a acostarse y se tapa con el edredón mientras piensa que fue una buena idea guardar algún sobre vacío.