Después de años de espera, al fin habían visitado la tienda del Sr. Abraham. En ella había gran variedad de instrumentos, pero indicaron al propietario que deseaban un violín: «al fin tendría el suyo propio».
Mientras se acercaban, ella miraba ensimismada los preciosos ejemplares de una gran vitrina.
−Háblame de ti, anda –inquirió el tendero.
−¿Cómo? −preguntó sorprendida.
−Que me digas lo que te gusta.
−Pues me gusta pasear sin rumbo, sobre todo con mi perro Carter. Lo llamamos así porque ya desde cachorro le gusta incordiar al cartero. Observo las estrellas entre las nubes y cuento gatos. Me gustan las hojas en otoño y la mermelada de arándanos. Y siempre me meto en el mar con los dos pies a la vez.
−Bien−dijo el hombretón con cara de concentrado −creo que este es el tuyo− y le mostró uno con aspecto frágil y en color nogal.
La mirada de ella era como la de quien contempla a un marido regresar de las américas, y lo sostuvo con timidez. Lo acogió en el cuello y haciendo volar el arco hizo estremecer las cuerdas. Silencio. Volvió a intentarlo y ni un solo sonido pudo intentar huir por los pasillos. Una miraba triste acosó al vendedor.
−Chiquilla, tienes que tocar hacia adentro. Cuando ya lo hayas llenado, rebosará y fluirán las melodías. Con la forma que tú quieras.
Sus padres la miraron sonriendo, corroborando la afirmación.
Pronto las notas curioseaban entre los muebles del local.
El sentido de la música
26 febrero, 2016
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