Mi carácter es barométrico, cambia como el tiempo, por la mañana amenazo con tirarme por la ventana y por la noche monto una fiesta para celebrar que soy feliz y gozo de una ataraxia en condiciones.
Mucha gente piensa que soy una persona normal que a veces está deprimida cuando, en realidad, soy un depresivo que, de vez en cuando, parece normal.
Una de las personas que mejor me entendía se metió a monja después de regentar un burdel en Barañain, a las afueras de Pamplona. Antes de montar el negocio le advertí que tuviese cuidado con abrirlo en esa ciudad, tan dicotómica, porque le comerían la cabeza con proclamas sacadas de la epístola a las Efesios que escondían pretensiones epicúreas, pero no me hizo caso.
Veía un nicho de mercado enorme (en eso no le quito razón) y una oportunidad para pagar el asilo de lujo al que quería llevar a sus padres (su padre, creo que su madre se murió, tampoco me preocupa, así le sale más económico, Edelmira se lo queda todo y no me lo comentó, aunque ahora que me paro a pensarlo recuerdo que la envenenó con cristalitos machacados con el mortero e introducidos en el consomé para que no se viese en la autopsia). Al final yo tuve razón, como siempre, y la captaron los innombrables.
Mi amiga tiene el cuerpo achatarrado, da la sensación de que ha sido engendrada un domingo a media tarde con desgana. A pesar de todo, la quiero. No como se quiere a una madre o a una hermana, ni siquiera como se aprecia a una buena amiga, simplemente se ha convertido en un jarrón que he colocado en una esquina del comedor y que tolera bien el polvo. Pero yo la quiero. Desde que se fue de Navarra vive recluida en un centro de numerarias de Barbastro. Cuando la supervisora se despista o se encuentra ocupada midiendo el bromuro que echará en el consomé de las feligresas, se escapa a la cocina y roba el móvil de Sor Natividad, una monja de edad indefinida sorda como una tapia. Introduce en el aparato de la vieja, cuyo olor a naftalina es conocido en toda la comarca, una tarjeta prepago que le financio yo. En esos momentos de esparcimiento aprovecho para llamarla. La conexión no suele ser de muy buena calidad. Tendría mejor cobertura si estuviese enterrada viva, aunque nos comunicamos a regañadientes.
- Edelmira, buenas noches, ¿no hay moros en la costa?
- Sor Natividad está cagando. Tenemos tiempo. ¿Qué tal te ha ido el día, guapo?
- Bien, pero estoy un poco cansado de trabajar tanto. Ayer llegué del trabajo a las once de la noche y seguí currando. Hay veces que no puedo desconectar.
- Recuerda que hay que trabajar para vivir y no al revés. También es cierto que tu trabajo no consiste en estar en una oficina ocho horas diarias. ¿Qué pasó? Sorpréndeme.
Edelmira es muy limitada pero, al mismo tiempo, me sirve de fuente de inspiración. Tiene un apellido de prosapia que ni siquiera recuerdo y habla como si estuviese montada a caballo, muy decimonónica, a lo Sisí Emperatriz. Parece que está rodeada de gasas o que se ha zampado un diccionario ilustrado cuando en realidad, si la observas bien, te das cuenta de que procede del ribazo. Es material de arroyo con interior noble.
No es tonta, ni mucho menos, supongo que podríamos hablar del fenotipo y el genotipo. El primero ha destrozado lo que había salido brillantemente de fábrica. Podría haber sido ingeniera, médico o ministra porque tiene potencial, pero ha terminado de mojigata en un centro de numerarias del Somontano. De todas formas, le permiten trabajar porque la han catalogado como niña de oro, es decir, las numerarias que sirven para algo más que dar por culo, una especie de tecnócrata. Como a fin de mes es rentable, dispone de Internet de alta velocidad y una oficina con los últimos avances tecnológicos. Claro está que tiene capado PornHub y XTube, pero quien tuvo, retuvo. Por las noches, ameniza las veladas a sus compañeras contándoles los pormenores del burdel de Barañain.
El sexo, hermanas, tiene algo de mágico.
Las hermanas (son numerarias, pero no quiero repetir la palabra cien veces o me tacharán de escritor de peluquería) se ruborizaban al escuchar sus anécdotas. Tenían miedo de descarriarse.
Tranquilas, no es malo tocarse ni pensar en retozarse con alguien. Acudid al mundo de los sueños. La realidad y la ficción pueden juntarse. ¡Osana en las alturas!
Ese tipo de perlas decía Edelmira, limitada pero resultona intelectualmente hablando, si bien no entendía ni la mitad de lo que salía por su boca, aprendido tras años atendiendo a ministros y catedráticos en el burdel. Sus amigas de cuartel celestial tampoco entendían nada, del mismo modo que yo, transcribiendo sus frases, tampoco me entero, pero me dejo llevar porque veo que tiene algo de sexual. Soy muy básico.
Es como leer Camino, cambiar el agua bautismal o reponer la sagrada forma de la iglesia. A menudo, te despiertas en mitad de la noche, sudorosa y destrozada, con el crucifijo vigiándote desde lo alto como una atalaya, pensando que el agua bautismal provocará una embolia al niño que bauticen a la mañana siguiente porque hace cinco años que no la cambias (Greta ha calado hondo en el Vaticano y han dado orden de no cambiar el agua de pilas bautismales y fuentes), que el cura cogerá botulismo agudo al tomar la hostia o que alguien ha cambiado Camino por Samantha se monta a Thomas pero, en el fondo, sabes que no son sueños, sabes que Pedro desde las alturas y Ratzinger desde el cuarto oscuro nos ayudarán a volver a la senda de la verdad.
Desde hace años trabajo para una productora de cine porno. Les escribo los guiones. Edelmira me ayuda con sus viejas historias y con su vida monacal. No da para mucho porque no es precisamente Séneca y porque vive recluida, pero hace poco consiguió que un mensajero le trajera de estraperlo el Satisfyery su mundo interior ha cambiado.
No obstante, mantiene ese rictus agrio que suelen tener las vírgenes, como que les debes y no les pagas, algo que yo detecto por teléfono. Me resulta curioso porque Edelmira trabajaba de madame, no de recepcionista pero, desde que se metió en el convento, da la sensación de que se le ha cicatrizado todo, por dentro y por fuera, como si su vida se hubiese retraído a lo Benjamin Button.
Yo tampoco soy Séneca, que conste, más bien todo lo contrario, soy muy obtuso, de hecho suelo liarme cuando me sacan de los guiones onomatopéyicos característicos del cine porno. Pero doy el pego porque, aunque parezca mentira, la gente es hasta más tonta que yo, algo que nunca entenderé y que me lleva a pensar que la evolución humana atraviesa un momento crítico.
Como he dicho al principio, mi carácter es barométrico, zigzagueante, puedo amar a mis lectores o insultarles sin venir a cuento y, además, no me agobio por ello. Es lo bueno de las personas con escaso coeficiente como Edelmira y yo, todo nos da igual porque no alcanzamos. Así que espero que os esté gustando este montón de mierda, cabrones. Mi escasa inteligencia es mi salvoconducto. Estaba hablando de la conversación que tuve con mi amiga, la beata, el otro día. De aquí a unos pocos párrafos volveré a interrumpirlo para contar alguna gilipollez. Os jodéis y, si no os gusta, poneos a leer Guerra y Paz.
- Ya sabes que tengo en stocka peña. Me aburría y mandé un mensaje a un chaval al que le gustaba el BDSM, ya sabes, el bondage y que le aten y le insulten.
- ¡Mira que eres vicioso!
- Me llega el pago del seguro del coche y ando fatal. Tú no hables que no has trabajado en la vida y tu día a día se reduce a leer Caminoy flagelarse. Los artistas no desconectamos nunca.
- Pero tú te lo pasas infinitamente mejor que yo, que tengo que conformarme con el repartidor de Amazon o el párroco de la Iglesia de al lado.
- ¡Porque tú quieres! Dios ya no está de moda. Además, no me hagas hablar. No entiendo la obsesión que tenéis algunas con la monogamia, en especial en el mundo del clero, donde podríais pasar de un santo a otro sin miramientos. Esto se debe a la cultura judeocristiana que nos han inculcado desde la cuna y al androcentrismo dominante.
- No te pongas pesado que desde que hiciste el máster en lenguaje inclusivo eres un coñazo. Además, sabes perfectamente que no soy monógama. No llego a tus niveles porque vivo encerrada, pero hago lo que puedo.
Manolo era Dios. Antonio era San Pancracio. A Lucas lo disfrazábamos bajo San Pedro. Había muchos más. Empleábamos un lenguaje encriptado para que los servicios de inteligencia de la secta no la acusaran de sacrílega. Edelmira había salido de casa a los 11 años dispuesta a comerse el mundo. Quería trabajar de algo sencillo, médico en la Clínica Mayo, ingeniera biomolecular o arquitecta de obra civil en territorio en guerra. Al final, terminó de gerente en una barra americana de lujo de Barañain. A pesar de su físico deficitario, tenia don de gentes e hizo que el negocio prosperase. Sus contactos con el negocio armamentístico de los países del Este también fueron una importante fuente de ingresos. Pero las cosas no eran fáciles. Una infancia caracterizada por la represión hizo que volviese al redil y se alistara en un centro de numerarias.
Le iba la marcha, pero no podía dejar de pensar en Yahvé.
De todos modos, una vez a la semana se trajinaba al cartero, Manolo. Le correspondían los lunes. Solía aparearse en la capilla del sótano bajo la atenta mirada de Jesús en la cruz. Los martes variaba el escenario y follaba con Antonio en la alacena, llena de harina y de merengue, recordando el pasado pastelero de su abuela materna. Y así todos los días de la semana. El Opus le había proporcionado la libertad sexual que la sociedad contemporánea, caracterizada por las prisas y el qué dirán, le había negado. Se sentía tan agradecida a Escrivá de Balaguer, germen de la lujuria y el deseo carnal, aunque su organización no fuese del todo consciente de ello. Edelmira, en realidad, vivía para restaurar la imagen primigenia de la organización. En sueños y en varias sesiones de ouija, Monseñor le había transmitido la verdad, lo que bullía detrás del imperio creado tras años de ignominia y engaños, de manera que mi amiga se erigía como el oráculo del saber, la piedra Rosetta.
- Edelmira, ya te he comentado muchas veces que deberíamos montar una empresa juntos. Tú te encargas de la logística y yo tiro de contactos. De todos modos, me hace mucha gracia el modo que tienes de gestionar tu vida. Te defines a ti misma como numeraria de segunda generación pero, al mismo tiempo, afirmas que tu cuerpo es un regalo para el género humano y por tu cama ha pasado medio barrio.
- Somos seres contradictorios. Piensa en Santa Teresa. Bueno, no seas portera y aligera, cuéntame qué sucedió.
- Pues mando un mensaje al chico y me dice que está disponible y que le excita muchísimo limpiar las casas de sus amos.
- ¿Limpiar?
- Sí, como lo oyes, con la fregona, el Fairy y el Scott-Brite. Con un pequeño detalle, te limpia la casa desnudo y con un consolador o unas bolas chinas en el culo. A mí eso me atraía porque últimamente la productora me pide historias más transgresoras.
- Pero a ti no te veo de amo, qué quieres que te diga. Tampoco eres Gandhi pero como Dominatrix se me hace trabajo imaginarte.
- Bueno sí, Edelmira, no soy Patton, pero ni mucho menos soy un alma cándida. Somos seres contradictorios, como tú misma has dicho. Si alguien te conoce, la primera impresión que sueles causar es el horror. Te lo digo sin acritud. Eres aburrida, fea con avaricia aunque tú te creas mona y tienes esa cara de virgen que heredaste de tu madre. Pero en el fondo eres, gracias a Dios, una cerda, igual que tu madre… Pues yo igual, salvando las distancias.
- Tienes razón, para que te voy a decir lo contrario.
- Además, visualizo el seguro del coche que me llega a final de mes y que tengo la nevera medio vacía y soy capaz de convertirme en Belzebú, te lo aseguro. El caso es que el chico…
- ¿Cómo se llamaba?
- ¿Estás tonta? ¡Yo qué coño sé! El caso es que el chico llegó hacia las once y media.
- Muy tarde para ti.
- La verdad es que sí. Estaba ya a punto de meterme a la cama con mi infusión de melisa y un ejemplar de Jane Eyre.
- ¿Te gustó?
- Prefiero otras novelas de Charlote Brontë. El estilo de Jane Eyre me parece un poco almibarado, siempre siguiendo las pautas del Doctor Stefan Cercanescu, de la Universidad de Bucarest, quien en 1980 afirmó que Brontë había bebido de los clásicos alemanes del sigo XVI para inspirarse en su heroína. En mi humilde opinión, el imaginario de la novela es…
- Me va a dar un ataque de histeria. ¡El ligue, coño!
- Lo peor, para darle de comer aparte. Gordo, pero de esas gorduras chungas, aquello que ves a la legua que se alimenta del kebab de su barrio y que no ha probado una pieza de su fruta en su vida.
- Es que tú te cuidas mucho.
- ¿Me lo dices o me lo cuentas? Tengo 42 y me echan 30, con esto te lo digo todo. Pues el de BDSM era lo opuesto, tenía 30 y yo le eché mi edad, tirando por lo bajo.
- Si es que donde esté la dieta mediterránea que se quite lo demás. Yo se lo comento a mi novio todos los días, que me tiene harta con la comida de bote.
Mi amiga se planteó en su momento ser actriz seria e incluso se apuntó a una escuela de arte dramático. Duró tres meses. Prefería el trajín del burdel al proceso de deshumanización que le vendían en el centro de arte. Edelmira era navarra, directa, leal, noble, nada que ver con el carácter champán de la farándula. Al igual que la espuma de una botella de cava al descorcharla, no entendía cómo sus amigos actores explotasen de emoción al conocerte, guiados por cuatro reseñas que habían visto en Internet, casi todas ellas falsas o hinchadas por un periodista aburrido. Te prometían fidelidad eterna pero, cuando el contenido de la botella se esbafaba y el gas perdía fuerza, su interés desaparecía por completo e incluso olvidaban tu nombre. Si no lo olvidaban, lo demonizaban, que es peor. De todos modos, si triunfabas se encargarían de subir a sus redes sociales alguna fotografía furtiva tomada en un estreno y proclamar a los cuatro vientos que eras su mejor amigo. El subtítulo de la instantánea sería algo así como “gracias vida”, “gracias universo” o “gracias cosmos por ponerte a mi lado”. Es posible que lo aderezasen con el adjetivo “bello” o “lindo”, imprescindibles si se pretende ser alguien en el mundo de la farándula. Cambió las tablas por el prostíbulo y la barra americana por el centro de numerarias del Somontano, con lo que nunca dejó de venderse.
- Venga, que no tengo todo el día y Sor Natividad está a punto de volver.
- Le llevo a mi habitación y se desnuda. No te creas que me sentó muy bien porque mis guiones se caracterizan por la mezcla de profundidad con erotismo y empezar con lo segundo no suele gustarme porque después se nota en mis textos y otra cosa no seré, pero profesional, sí.
- Pero el seguro del coche es el seguro del coche.
- ¡Ni que lo digas! Al desnudarse, me dio la sensación de que me había retrotraído a la época de Isabel la Católica. Ya sabes que llevaban cilicios y cosas de esas, que sus maridos se iban a la guerra y permanecían meses sin quitárselo.
- La madre superiora es de ese estilo, se compra los cilicios en Internet a través de un portal de Singapur. Gracias a Dios, son modernos y tienen velcro anti ácaros y cuando la aguja se le clava en el muslo desprende una especie de anestesia. Es ideal porque cuando lo lleva puesto y quiero descargar tensiones puedo dejarle el muslo hecho trizas y la muy puta ni se entera por la anestesia. En realidad, le hago un favor porque es lo que busca. De todas maneras, en el siglo XV era una fuente enorme de infecciones.
- Una locura, la peste bubónica y el escorbuto. Imagínate.
- ¿La peste por un cilicio? No creo que la Yersinia Pestis se contraiga así. Y el escorbuto se desarrolla por la carencia de vitamina C.
- ¡No me líes yendo de catedrática! Era el horror. ¡Qué suerte tenemos de vivir en el siglo XXI!
- Es algo que yo me repito a mí misma todos los días en el espejo cuando me levanto.
- ¡Qué aburrida eres! Yo me digo todas las mañanas “¡qué guapo soy, qué tipo tengo!”.
- Sigue.
- Llevaba un cilicio de hierro alrededor de sus partes, que por cierto eran diminutas, pero como te digo eso no suele importarme porque el trabajo es el trabajo. Me dio un poco de reparo porque el pene parecía una codorniz de esas que venden en las carnicerías, pero rodeada de un armatoste de hierro.
- Como una codorniz enjaulada.
- Vallada, diría yo, una especie de Auschwitz en las partes íntimas.
- ¡Qué estrés!
- Tampoco es que seas tú una experta en sexo.
- Perdona, lo fui. Los reprimidos, cuando explotamos, damos mil vueltas a las putillas como tú. Es como una cazuela normal o una olla exprés. Quienes estáis acostumbrados a comer las lentejas cociéndose a fuego lento en el perolo no os dais cuenta de la textura que adquieren cuando se hacen en la olla a presión.
- Pero, ¿qué coño dices, Edelmira? ¡Deja de ver Master Chef! Me comentó que llevaba el showpuesto más de un mes y que lo pasaba fatal cuando tenía que orinar o cuando tenía una erección, aunque eso era precisamente lo que le daba morbo, sentir ese dolor en determinados momentos del día.
- ¿Cómo orinaba?
- Del armazón de hierro sobresalía una bola de metal con un orificio para miccionar.
- ¡Qué bien hablas!
- Lo sé. Bueno, y el chaval me dice que le deje limpiar la cocina. Tuve un momento de duda, no por su petición, sino porque precisamente había limpiado la cocina esa misma mañana y me venía mucho mejor que me hiciese los baños.
- Siempre has comentado que te pone neurasténico limpiar los baños.
- Sí, sí, me da mucha pereza y como además sufro de artritis lo paso fatal al tener que agacharme para echar el Pato WC en la bañera y la taza. Así que le dije que, si no le importaba, prefería que me limpiara el baño.
- Oye, esto es un chollo, mándamelo al convento.
- Además, los dejó bastante bien y eliminó esa cal que se acumula alrededor de las baldosas. No sé cómo lo hizo porque mira que llevo yo años frotando como un loco e incluso me arruino con el KH-7 y no hay manera.
- La cal es lo peor. Desluce tanto los wáteres.
- Mientras que él limpiaba yo tenía que insultarle, claro, ya sabes, el rollo amo-esclavo. Al principio me dio un poco de apuro, pero comprobé que si no le chillaba y le llamaba guarra y cosas así aminoraba el ritmo de limpieza y qué quieres que te diga, con lo que odio hacer los baños me emocioné y le puse de vuelta y media.
- No hay nada como un objetivo concreto para que nos salga la vena Dominatrix.
- Cuando terminó de limpiar los baños me lo llevé a la cama, más por deferencia que por otra cosa, pero no me excitó nada.
- Hiciste mal, deberías haber consumado porque el guión te habría salido mejor.
- Discrepo. Ya tenía material más que suficiente para una buena historia. Le dije que tenía un pollo en el horno y que se fuese a su casa. Eso sí, le comenté que si quería pasarse, ya sin la productora de por medio, a limpiarme el salón o la terraza algún día entre semana, yo encantado.
Gracias a esta historia elaboré un guión que titulé El esclavo doméstico por el que la productora me dio 400 euros. Esta cantidad fue absolutamente anormal porque no suelen darme más de 30 euros por texto, cantidad por la que tengo que dar las gracias. Es un trabajo muy duro porque requiere innovar constantemente y también depende de cómo te pille el día. Edelmira siempre está al otro lado, contándome sus avances en el monasterio, los pedidos que recibe de Amazon, sus charlas con el padre de la hospedería de al lado y cómo está cambiado los cimientos de su organización gracias a mis enseñanzas.
Solo por eso merece la pena vivir.
Me gusta la gente que dice tonterías, que se ríe de sí misma, que se define como un payaso en potencia y que se recicla día tras día. Me gusta acudir a una reunión o a una cena con desconocidos y que al término de la misma se me describa como una portera, como el hombre con incontinencia verbal, como el pesado que no dejaba de contar historias absurdas. Osana en el cielo, venid a mí, hermanos, meadme encima, soy el oráculo, dejos llevar… Hay veces que pienso que no soy más que la sombra de lo que era, pero las sombras también necesitan compañía y, de momento, mi compañía se nutre con Edemira, el Santo Grial y muchos fluidos. Habrá quien se rasgue las vestiduras por mi modo de vida, habrá quien diga que he terminado trabajando de puta. Me da exactamente igual. Jodeos. Eso sí, aprovechad la quincena fantástica, bajo los precios. Porque yo soy absurdo. Porque yo soy un payaso, porque mi amiga y yo optamos por el desequilibrio como modus operandi, no damos para más, pero tampoco para menos.
FIN