
La primera regla del club de la lucha de clases es que no se habla de lucha de clases. Este axioma es necesario para sortear las nuevas censuras.
Y Dong-hyuk (el creador de El juego del calamar) es conocedor de esta máxima.

En Marzo de 2020, en Iveco Valladolid, nadie sabía lo que pasaba…un virus que llegaba de China …solo existía el miedo, miedo a la enfermedad, miedo a dejar de trabajar por las represalias.
Dos trabajador@s se plantaron y consiguieron parar la factoría. Las familias respiraron tranquilas.
Pero la dirección no olvidó a esas dos personas valientes.
Mi amigo José era uno de esas personas.
En Diciembre de 2021 Iveco despidió a José estando de baja. Iveco no perdonó esa valentía.
El despido servía de aviso para navegantes
En el sistema capitalista en el que vivimos, los trabajador@s no son personas: son piezas. Se les exige entrega total, disciplina, fuerza y productividad. Pero cuando enferman, envejecen o simplemente ya no rinden al ritmo esperado, son despedidos sin remordimiento, como si fueran caballos de carreras viejos y cojos que ya no sirven para apostar. El capital no tiene memoria ni gratitud. Solo exige. Y cuando el cuerpo no da más, el sistema lo arroja al margen, como basura.
Esta realidad no es nueva, pero se vuelve cada vez más cruel. Lo que antes era explotación, ahora es descarte. Las empresas no ofrecen cuidado, sino reemplazo. Los trabajadores, que entregan años de su vida, reciben a cambio una carta de despido apenas se debilitan. Y el sistema justifica esta crueldad con palabras como “eficiencia”, “productividad” o “reorganización”. Pero en el fondo, se trata de lo mismo: deshacerse del que ya no sirve para generar ganancia.
En teoría el despido estando de baja está prohibido, pero en el mundo real estas infamias suceden continuamente, solo hay que preguntar en cualquier sindicato de clase.
Esta lógica deshumanizante es la metáfora omnipresente en El Juego del Calamar. Los poderosos organizan los juegos solo por aburrimiento, para entretenerse con el sufrimiento de los pobres. Los jugadores son personas desesperadas, endeudadas, descartadas por la sociedad. Como los trabajadores enfermos, no son vistos como humanos, sino como piezas prescindibles en un espectáculo cruel.
Así funciona el capitalismo: los de arriba miran hacia abajo con indiferencia, a veces con desprecio, y convierten el sufrimiento en entretenimiento, en negocio o en descarte silencioso. La lucha de clases no es una idea abstracta: es la tensión diaria entre quienes producen todo y apenas sobreviven, y quienes no producen nada, pero deciden quién vive, quién trabaja, y quién muere.
Como en El Juego del Calamar, el sistema está diseñado para que solo unos pocos ganen, y para que todos los demás se enfrenten entre sí, hasta caer.
Pero esto no del todo cierto.
«Las partes que tienen más que ganar nunca aparecen por el campo de batalla». Decía Naomi Klein.
En la serie de Dong-hyuk parecía que solamente habría dos finales posibles para Gi-hun: morirse o pervertirse hasta el punto de convertirse en el nuevo líder del juego del calamar.
Gi-hun comienza como una víctima del sistema, pero al final se enfrenta a una elección: rebelarse y morir en el intento, o adaptarse —y con ello, corromperse.
La metáfora perfecta del capitalismo.
Si Gi-hun decide enfrentarse de verdad al juego, destruirlo o incluso rechazar el dinero ganado a costa de la muerte de cientos, el sistema lo aplastaría. Morir sería el precio de mantenerse íntegro en un mundo que no permite la pureza.
Al volver a involucrarse con el juego, se abre la posibilidad de que termine convirtiéndose en parte del sistema que tanto odia. Pero No.
El creador da un nuevo giro y la serie parece que va a convertirse en la historia de una venganza.
¿Logra Gi-hun encontrar una tercera vía?
Si.
Decía Camus en “El hombre rebelde”:
“El hombre que dice no, no rechaza todo: rechaza la injusticia que considera inaceptable, pero al hacerlo afirma que hay un límite que no se debe cruzar.”
Decir “no” es el primer paso de la rebelión, pero ese “no” contiene implícitamente un “sí” a algo más profundo: a la dignidad, a la justicia, a ciertos valores fundamentales.
¿Qué implica ese “No”?
Camus dice que al rebelarse, el hombre no está solo. Dice “No” en nombre de todos, o al menos, en nombre de una humanidad común. Es una rebelión que implica a los demás.
Decir “No” significa que el individuo ha tomado conciencia de su opresión y de su valor como ser humano libre.
Gi-hun dice “No”.
El juego del calamar nos cuenta que resistir y decir No, es posible.